viernes, 11 de mayo de 2007

La arquitectura y la guerra

Portada del libro Mortal City.


La ciudad, el deseo y la muerte.
La guerra está de moda. Cuando la discusión arquitectónica internacional se encontraba aburrida debatiendo sin demasiado éxito sobre las crisis de la periferia de la ciudad moderna 
y de la arquitectura contemporánea, la realidad le trae algo más urgente de qué ocuparse.
Hoy (1995) se está empezando a suplantar 
el miedo a la muerte de la ciudad por el miedo a la ciudad de la muerte. 
Es la pesadilla de la ciudad puesta en sitio, personificada en el asedio de Sarajevo, 
que anuncia la arquitectura de la guerra.

"A bomb explodes, a building quakes, a cloud hangs over the horizon".
Herbert Muschamp
Hace pocos días oí entre líneas la noticia del último premio de Cannes, otorgado a la mejor película del año 94-95. Este año fue escogida una película de un director yugoeslavo, Undergound, que trata de revivir los años desde que comenzó la guerra en Yugoeslavia y de narrar todo el proceso de la creciente destrucción del país y de sus ciudades. La decisión del cineasta de querer pasar a la expresión narrativa del filme el horror de esta guerra así como la del jurado de premiarla, aproxima esta fascinación entre estética y política al último vuelco temático de las tendencias que se muestran en revistas y libros de arquitectura en torno a la llamada Warchitecture.
En la última Architectural Record aparece reseñado un recient
e simposio llevado a cabo en Sarajevo entre estudiantes, arquitectos y profesores de la Universidad Nacional y estrellas de la arquitectura norteamericana, especialmente Lebbeus Woods, célebre por sus dibujos de arquitecturas fantásticas.1 Los participantes afrontan el contexto de la guerra destruido por los bombardeos como un nuevo campo para el diseño, con otra premisa, la de la supervivencia, tanto de los hombres refugiados como de lo que queda de los edificios, antiguos y modernos, es decir, de sus ruinas. Por otra parte, Storefront, la galería diseñada por Steven Holl para arquitectura y diseño concebida para mantener una cultura de la resistencia desde su enclave al norte de Chinatown en Nueva York, ha inaugurado su colección de publicaciones con una antología de artículos que versan todos alrededor del tema de la arquitectura y la ciudad de la guerra, Mortal City.2 La violencia que ha tomado la vida en Sarajevo y Los Angeles durante la última década y la resistencia de sus habitantes a abandonarlas, impulsa el alma de la publicación a explorar los significados de la nueva situación en ciudades que luchan por no desaparecer.

La imagen fílmica, literaria y gráfica de estas ciudades-campos de batalla pareciera venirle como anillo a la dedo al gusto de este fin de siglo. Estas ciudades de fragmentos bombardeados, de superficies desoladas, de torres destruidas, con los planos de sus fachadas desgajados, con las planchas de sus plataformas desencajadas, de hermosos monumentos del pasado heridos, rotos, son, aunque dé vergüenza reconocerlo, de una potencia poética irresis
tible. La estética de la guerra contemporánea, de la guerra físicamente expresada en su fábrica urbana, en medio de la soledad y del abandono aparente de sus habitantes, no es otra hacia la que también los proyectos más recientes de arquitectura apuntan en su estética deconstructiva. ¡Claro que a los arquitectos deconstructivistas les interesa la Warchitecture! Es su campo de acción más familiar, lo que han hecho desde siempre: explotar la caja moderna, reventar en pedazos las partes de su composición y apelar al desorden visual justificándose como los apóstoles, los poetas del caos.

La violencia es la nueva enfermedad urbana. Y nuestras ciudades no se escapan de ella. Aunque nuestra guerra aún no sea de Riots y de obuses, de barricadas y de tanques, también en ellas la paz ha desaparecido y estamos muy lejanos de los días en que los niños jugaban tranquilamente en las calles. Sin llegar aún a los extremos de Ciudad de México, totalmente tras los muros, nuestras ciudades se han ido lentamente enrejando, progresivamente amurallando y recodificando en áreas más o menos prohibidas. Hay un nuevo plano de las ciudades. Como aquél de Moscú que durante los años de la Guerra Fría mentía el verdadero trazado de las calles y de la ubicación de real de los edificios para que no dieran con los pun
tos estratégicos los misiles americanos, estos nuevos planos reparten las ciudades entre la ciudad donde la vida peligra y la ciudad donde la vida no vale nada y la ciudad donde la vida está garantizada y aún está protegida. Las calles son ahora un muestrario de muros y rejas, construyendo, finalmente, en el retiro de frente junto a la acera la vieja fachada continua por la que tanto se clamó durante la década pasada, pero por las razones equivocadas.

Las nuevas tipologías de la muerte se adueñan del espacio urbano. Garitas, barreras, torres de control, alambradas, fronteras que marcan todas el territorio infranqueable por el que el tránsito del hombre común ya no es libre y embajadas hechas para resitir
el asedio y dar la batalla. Ni siquiera los niños de nuestras ciudades son ya niños urbanos. No saben cruzar una calle, no saben andar por una acera, no saben lo que es cambiar el paso al entrar a un espacio público, no saben ser felices en la calle. Le temen a la ciudad. Les ha sido prohibida durante demasiado tiempo. Son niños prisioneros, y no están muy lejanos de los de Bosnia en ese sentido. Nosotros tampoco. Antes íbamos en carro sólo por una desviación confortable. Hoy vamos en carro porque no nos atrevemos a caminar. La ciudad la llenamos de Bunkers móviles con vidrios ahumados entre los que nos desplazamos amenazados.

La resistencia urbana finisecular tiene en sí misma un alto componente de deseo. Es el del hombre soñando con la vida desde su trinchera. Como todo deseo, es el sueño con lo que se intuye, con lo que no se ha tenido nunca, con lo que se ha tenido y s
e ha perdido, con lo que se sabe que puede ser, con lo posible. Y como todo deseo, se mezcla con la desesperación. El hombre vive en nuestras ciudades en el vaivén ansioso entre el deseo y la desesperanza. Desire, despair, desire, despair.

Una vez la ciudad es soñada, esperada e imaginada, para inmediatemente ser odiada e incluso desear su aniquilación. Ello describe idealmente nuestra vida en estas ciudades, describe nuestras rutas diarias por entre los escombros de la guerra cotidiana, recorriendo los fragmentos de la aniquilación de la memoria urbana, de lo que era nuestra vida hace sólo pocos años, tan feliz, tan pacífica. Rutas del deseo y de la desesperanza, dándole forma imaginaria a cada parcela vacía, a cada edificio desfigurado por la barbarie, a cada desmán de la ignorancia, a cada jardín amurallado. El hombre soñando en la trinchera, a quien han despojado de las aceras, a quien han bombarde
ado sus monumentos, quien a visto caer los hitos de su vida y ha visto transformada en un campo de batalla su ciudad. El hombre palpitante de deseo en su bunker, mirando a la ciudad tras la rejas, mirando a la ciudad por la única ventana que lo puede acercar a sitios que ahora le son prohibidos: la pantalla del televisor.


Biblioteca de Sarajevo (f. forodefotos).








NOTAS:
1. Architectural Record, Mayo, 1995.
2. Peter Lang, editor. Mortal City, Storefront Books & Princeton Architectural Press, New York, 1995.



Publicado en: Arquitectura. El Diario de Caracas. Caracas, 1995.





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