"Estatua de Colón en el Parque Los Caobos. Caracas, Venezuela" (Postal. Archivo Fundación de la Memoria Urbana).
1. Conmemoraciones
Hacia 1893, cuando se acercaba el Cuarto Centenario del Descubrimiento de esta tierra de gracia, la Presidencia de la República estaba presta a inaugurar una nueva etapa en la historia de la estatuaria caraqueña que enaltecería la máxima albertiana renacentista que dice que las estatuas son “el más excelente entre todos los recursos para hacer perdurar maravillosamente la memoria”: la de la Estatuaria Monumental Urbana.1
Como nos cuenta Guillermo José Schael, “la estatua de Cristóbal Colón fue erigida con motivo de la llegada del Almirante en su tercer viaje, a las costas de Venezuela, el 1º de agosto de 1498”. Su sitial fue un espacio urbano de nueva planta que se bautizaría como “Plaza/Bulevar Macuro”: una plataforma rectangular elevada casi medio metro por sobre el nivel natural de la calle, limitada por una balaustrada de piedra, situada entre las esquinas de López y de Romualda, donde hoy está “el cruce o paso a nivel de las avenidas Urdaneta y Fuerzas Armadas” (frente a donde se ubican los libreros de viejo).2 El “Monumento al Golfo Triste” no comenzó, pues, simplemente como una estatua.
Hagamos memoria urbana: este monumento era la combinación de un memorial, de una columna conmemorativa y de un espacio público… Algo significativamente innovador para la Caracas de la época, y totalmente cónsono con los monumentos que por el aniversario del descubrimiento se estaban levantando en todo el continente. Hace 110 años, la tropical capital finisecular celebraba sus acontecimientos históricos de acuerdo a la más actualizada cultura urbana internacional… ¡Qué tiempos aquéllos…! El monumento al Almirante fue encargado al escultor venezolano Rafael de la Cova (Caracas, 18-, La Habana, 18-), en 1893. En 1906 toda la operación conmemorativa ya aparece reseñada en el “Plano de Caracas” de R. Razetti como “Plaza Macuro”.
De la Cova, de los mejores escultores de su época junto con Eloy Palacios, “se formó inicialmente en la Escuela Normal de Dibujo”, alcanzando a “recibir orientaciones de Martín Tovar y Tovar”.3 Luego en Roma, entre 1870 y 1877, estudiaría escultura y fundición, es decir, que esculpía y fundía sus propias obras, con el surplus adicional de calidad a la obra de arte que esto significa (quizás por éso el Colón no se quebró tan rápido como hubieran deseado sus verdugos el pasado -2004- 12 de octubre).
De la Cova se convierte así, gracias a la oportunidad del Cuatricentenario del Descubrimiento, en pionero de la Escultura Monumental Urbana en Venezuela, junto con el también venezolano Eloy Palacios. Y es que Palacios seguiría la saga urbana inaugurada por su colega en la Plaza Macuro al diseñar años más tarde (1906-11) su “Monumento a Carabobo” (o “La India”) en la Avenida Páez de El Paraíso, también como una columna conmemorativa –esta vez una columna-chaguaramo, y esta vez, además, dedicada a exaltar no a Colón sino a los indígenas-. Es paradójico encontrar ambas temáticas unidas de manera tan hermosa en la historia del arte y del urbanismo caraqueños, influenciada la una por la otra, para que luego, un siglo después, nos veamos sometidos a tan grotescos espectáculos como si eso no hubiera pasado nunca…
Entre las demás obras del escultor caraqueño están el “Monumento a Ricaurte y Girardot” (bronce, ca. 1898) que está en el Trébol de La Bandera, en la Avenida Nueva Granada; el Antonio Leocadio Guzmán (1893) de la Plaza El Venezolano; el Bolívar pedestre que estaba en la vieja Universidad, hoy Palacio de las Academias (¿alguien concoe su paradero?), y el importante Bolívar ecuestre que prácticamente abre sobre la Quinta Avenida de Nueva York la entrada al Central Park, otro elegante aporte del Ilustre Americano a la memorabilia nacional, y que une indeleblemente en esta historia de memoriales colombinos a las ciudades de Caracas y Nueva York.
2. El círculo colombiano
El año de 1883 era el Centenario del nacimiento del Libertador y el gobierno venezolano “decidió erigir una estatua ecuestre del Libertador en el Central Park, la cual fue fundida por la firma local Heny & Bounard”.5 Una década sumamente conmemorativa. La estatua fue concluida en 1884 e inaugurada por Guzmán Blanco, quien iba de camino a París. Un par de cuadras más al oeste, sobre la misma calle 59 entre la intersección de Broadway, Central Park West, y 8th Avenue, se crearía un nuevo espacio urbano emparentado en intenciones y alcances con nuestra Plaza Macuro, Columbus Circle (el Círculo -o la Redoma- de Colón). Columbus Circle, a diferencia de su contemporáneo caraqueño, hoy subsiste incólume en la fábrica urbana neoyorkina.
El monumento a Colón –de Manhattan- consiste en una columna “rostral” (porque estaba sembrada de rostros alusivos a la epopeya del Descubrimiento) “hecha de mármol de Carrara de veinticuatro metros de alto”, y coronada también como la caraqueña por una estatua de Colón hecha por el artista Gaetano Russo que fue añadida en 1884, donada por los italianos a la ciudad y develada el 12 de octubre de 1892”.6 El colombiano círculo permacería desde entonces en su santo lugar marcando, como luego haría el Colón caraqueño con el Parque Los Caobos, la entrada sur-oeste de Central Park. Sabiendo como sabemos que el Colón de Dela Cova fue también fundido en Nueva York, tenemos entonces una línea de columnas conmemorativas sucediéndose unas a otras en el tiempo y en el espacio: la rostral neoyorkina, la de la naos macuriana y la de la India del Paraíso...
La mudanza del “Monumento al Golfo Triste” a las inmediaciones de lo que será más tarde la Plaza Venezuela se reseña en los planos de la ciudad en 1934. El nuevo lugar es un jardín sembrado de flores, un “Paseo” Colón, un lugar con personalidad propia, por lo que concluimos que quien lo diseñó entendía muy bien que no podía hacer desaparecer un espacio urbano de la ciudad sin reemplazarlo con otro, y preferiblemente superior en calidad.
(f. "Colón en el golfo triste". Ciclomontañistas, 2007. Flickr.com).
NOTAS
1. Leon Battista Alberti. De Re Aedificatoria, Libro VII, Caps. XVI y XVII.
2. Guillermo José Schael. La ciudad que no vuelve, p. 87.
3. GAN. Diccionario de las Artes Visuales en Venezuela, 1982, pp. 114-115.
4. Leszek Zawisza. Arquitectura y Obras Públicas en el siglo XIX, III, p. 174.
5. L. Zawisza, L. Op. Cit.
6. The New York City Encyclopedia.
Publicado en: en_Caracas, N. 1.27, Caracas, viernes 22 de Octubre de 2004 y en Opinión, @EL NACIONALweb, 2015.
Hacia 1893, cuando se acercaba el Cuarto Centenario del Descubrimiento de esta tierra de gracia, la Presidencia de la República estaba presta a inaugurar una nueva etapa en la historia de la estatuaria caraqueña que enaltecería la máxima albertiana renacentista que dice que las estatuas son “el más excelente entre todos los recursos para hacer perdurar maravillosamente la memoria”: la de la Estatuaria Monumental Urbana.1
Como nos cuenta Guillermo José Schael, “la estatua de Cristóbal Colón fue erigida con motivo de la llegada del Almirante en su tercer viaje, a las costas de Venezuela, el 1º de agosto de 1498”. Su sitial fue un espacio urbano de nueva planta que se bautizaría como “Plaza/Bulevar Macuro”: una plataforma rectangular elevada casi medio metro por sobre el nivel natural de la calle, limitada por una balaustrada de piedra, situada entre las esquinas de López y de Romualda, donde hoy está “el cruce o paso a nivel de las avenidas Urdaneta y Fuerzas Armadas” (frente a donde se ubican los libreros de viejo).2 El “Monumento al Golfo Triste” no comenzó, pues, simplemente como una estatua.
Hagamos memoria urbana: este monumento era la combinación de un memorial, de una columna conmemorativa y de un espacio público… Algo significativamente innovador para la Caracas de la época, y totalmente cónsono con los monumentos que por el aniversario del descubrimiento se estaban levantando en todo el continente. Hace 110 años, la tropical capital finisecular celebraba sus acontecimientos históricos de acuerdo a la más actualizada cultura urbana internacional… ¡Qué tiempos aquéllos…! El monumento al Almirante fue encargado al escultor venezolano Rafael de la Cova (Caracas, 18-, La Habana, 18-), en 1893. En 1906 toda la operación conmemorativa ya aparece reseñada en el “Plano de Caracas” de R. Razetti como “Plaza Macuro”.
De la Cova, de los mejores escultores de su época junto con Eloy Palacios, “se formó inicialmente en la Escuela Normal de Dibujo”, alcanzando a “recibir orientaciones de Martín Tovar y Tovar”.3 Luego en Roma, entre 1870 y 1877, estudiaría escultura y fundición, es decir, que esculpía y fundía sus propias obras, con el surplus adicional de calidad a la obra de arte que esto significa (quizás por éso el Colón no se quebró tan rápido como hubieran deseado sus verdugos el pasado -2004- 12 de octubre).
De la Cova se convierte así, gracias a la oportunidad del Cuatricentenario del Descubrimiento, en pionero de la Escultura Monumental Urbana en Venezuela, junto con el también venezolano Eloy Palacios. Y es que Palacios seguiría la saga urbana inaugurada por su colega en la Plaza Macuro al diseñar años más tarde (1906-11) su “Monumento a Carabobo” (o “La India”) en la Avenida Páez de El Paraíso, también como una columna conmemorativa –esta vez una columna-chaguaramo, y esta vez, además, dedicada a exaltar no a Colón sino a los indígenas-. Es paradójico encontrar ambas temáticas unidas de manera tan hermosa en la historia del arte y del urbanismo caraqueños, influenciada la una por la otra, para que luego, un siglo después, nos veamos sometidos a tan grotescos espectáculos como si eso no hubiera pasado nunca…
Entre las demás obras del escultor caraqueño están el “Monumento a Ricaurte y Girardot” (bronce, ca. 1898) que está en el Trébol de La Bandera, en la Avenida Nueva Granada; el Antonio Leocadio Guzmán (1893) de la Plaza El Venezolano; el Bolívar pedestre que estaba en la vieja Universidad, hoy Palacio de las Academias (¿alguien concoe su paradero?), y el importante Bolívar ecuestre que prácticamente abre sobre la Quinta Avenida de Nueva York la entrada al Central Park, otro elegante aporte del Ilustre Americano a la memorabilia nacional, y que une indeleblemente en esta historia de memoriales colombinos a las ciudades de Caracas y Nueva York.
2. El círculo colombiano
El año de 1883 era el Centenario del nacimiento del Libertador y el gobierno venezolano “decidió erigir una estatua ecuestre del Libertador en el Central Park, la cual fue fundida por la firma local Heny & Bounard”.5 Una década sumamente conmemorativa. La estatua fue concluida en 1884 e inaugurada por Guzmán Blanco, quien iba de camino a París. Un par de cuadras más al oeste, sobre la misma calle 59 entre la intersección de Broadway, Central Park West, y 8th Avenue, se crearía un nuevo espacio urbano emparentado en intenciones y alcances con nuestra Plaza Macuro, Columbus Circle (el Círculo -o la Redoma- de Colón). Columbus Circle, a diferencia de su contemporáneo caraqueño, hoy subsiste incólume en la fábrica urbana neoyorkina.
El monumento a Colón –de Manhattan- consiste en una columna “rostral” (porque estaba sembrada de rostros alusivos a la epopeya del Descubrimiento) “hecha de mármol de Carrara de veinticuatro metros de alto”, y coronada también como la caraqueña por una estatua de Colón hecha por el artista Gaetano Russo que fue añadida en 1884, donada por los italianos a la ciudad y develada el 12 de octubre de 1892”.6 El colombiano círculo permacería desde entonces en su santo lugar marcando, como luego haría el Colón caraqueño con el Parque Los Caobos, la entrada sur-oeste de Central Park. Sabiendo como sabemos que el Colón de Dela Cova fue también fundido en Nueva York, tenemos entonces una línea de columnas conmemorativas sucediéndose unas a otras en el tiempo y en el espacio: la rostral neoyorkina, la de la naos macuriana y la de la India del Paraíso...
La mudanza del “Monumento al Golfo Triste” a las inmediaciones de lo que será más tarde la Plaza Venezuela se reseña en los planos de la ciudad en 1934. El nuevo lugar es un jardín sembrado de flores, un “Paseo” Colón, un lugar con personalidad propia, por lo que concluimos que quien lo diseñó entendía muy bien que no podía hacer desaparecer un espacio urbano de la ciudad sin reemplazarlo con otro, y preferiblemente superior en calidad.
Y así fue: el nuevo “Paseo Colón” (1934) gana en monumentalidad por la ideoneidad escénica de su nueva ubicación: sobre una colina, mirando el Parque Los Caobos. Colón, señalando con la diestra el horizonte, ahora nos recuerda el primer nombre con que bautizara a Paria: “Los Jardines”. Y este parterre de flores, en medio del cual reapareció en los años treinta el monumento luego de que las obras preliminares del ensanche de la Avenida Urdaneta lo sacasen del Centro Histórico, merece también ser reconstruido, cuando, habiendo restaurado a Colón y a su doncella ofrendante, las instituciones patrimoniales competentes resarcen a Caracas de tan pasajeras tristezas.
(f. "Colón en el golfo triste". Ciclomontañistas, 2007. Flickr.com).
NOTAS
1. Leon Battista Alberti. De Re Aedificatoria, Libro VII, Caps. XVI y XVII.
2. Guillermo José Schael. La ciudad que no vuelve, p. 87.
3. GAN. Diccionario de las Artes Visuales en Venezuela, 1982, pp. 114-115.
4. Leszek Zawisza. Arquitectura y Obras Públicas en el siglo XIX, III, p. 174.
5. L. Zawisza, L. Op. Cit.
6. The New York City Encyclopedia.
Publicado en: en_Caracas, N. 1.27, Caracas, viernes 22 de Octubre de 2004 y en Opinión, @EL NACIONALweb, 2015.