Primer emplazamiento de la estatua de María Lionza al pie del Puente de los Estadios (f. Archivo Fundación de la Memoria Urbana, 1954).
Luego de más dos años (2004) de intensa calle, la mutante más hermosamente violenta de Caracas ha sido la autopista. Desde que Robert Venturi en su libro Aprendiendo de Las Vegas (1972) diera la absolución al popular strip, nunca se había producido en la historia del urbanismo universal otro perdón urbano tan estupendamente colosal como el que hemos hecho los caraqueños con la Autopista del Este.
De ramplón backyard por el que la tienen ciertos anacrónicos funcionarios patrimoniales, la autopista es en realidad el orgullo de una ciudad cuya más importante oferta cultural ante la humanidad es su modernidad. Monumento longitudinal de concreto, gloria de su generación, orgullo de los cincuenta, está sensual, escultórica, voluptosamente trazada. Sus musculosas involuciones formales, hechas para ser recorridas a gran velocidad, apreciadas desde la lentitud del paseante la repotencian como vanguardista promenade; un paseo ideal para la celebración contemporánea de sus largas fachadas urbanas y de su propio paisaje megaestructural.
Y es que aparte de ser el único espacio urbano caraqueño en que puede materializarse físicamente lo de aquí cabemos todos, el "Paseo Fajardo" emergió como un teatro químico armado de una multípoda fauna ingenieril de distribuidores particularmente proclives a mutar con furia: en Explanada monumental (La Bandera), en Encrucijada de peregrinaciones (Santa Fe), en acústico teatro al aire libre (loops menores) y en Belvedere monumental/set (Altamira)... Fauna a la cual habrá que sumarle los paseos dentro del paseo de sus rampas y sus rectas, unas, por su sutil efecto de tribuna, y las otras por su derecho propio como “avenidas” temáticas.
Como la vegetal “Avenida de Ceylan” que se creó entre el Jardín Botánico de Caracas y Parque Los Caobos, donde habrá que ir pensando en las bandejas verdes que salvarán el río... y como la teatral “Avenida Olímpica”, que ha venido funcionando por medio siglo en torno al vértice urbano del monumento de María Lionza, verdadero circo máximo caraqueño que habrá que monumentalizar aún más para sacarle mayor partido a las fuerzas telúricas del sitio.
Es por ello que se caen por sí solos todos los tercos alegatos intentando justificar el absurdo de darle al Monumento a María Lionza otro espacio en la ciudad que obviamente no necesita, teniendo ya uno, e inigualable. Cuando Carlos Raúl Villanueva la puso en la autopista lo hizo con mucho tino. Y es que él si sabia bien lo que ésta significaba. La autopista se inauguraba como el cauce fulgurante de la modernidad; en ella la estatua emerge como el pivote imantador de todas las energías, vinculando el norte y el sur, es decir, la Universidad Central de Venezuela y su Zona Rental, que no hay que olvidar que Villanueva estaba pronta a desarrollar él mismo.
Allí, Yara quedó en medio de la gran ciudad ucevista. Con sus brazos alzados, se une a los mástiles de las luces de los estadios haciendo el mismo gesto vertical victorioso del Atlante de Narváez, portando a su vez el fuego olímpico como el pebetero oficial de la Villa Olímpica universitaria. En ningún otro lugar tendrá mayor visibilidad, ni estará de mejor manera unida a la historia de la ciudad, tanto de la universitaria como de la de Caracas. Y es a este enclave justamente que la poderosa imagen artística de la diosa y el mismo culto le deben gran parte de su persistencia en la memoria y en el incosciente colectivos, valores tardíamente reconocidos por sus empecinados mudadores.
Por ello, cuando leemos a la oficiosa oficina de prensa de Fundapatrimonio trabajando arduamente para intentar mantener viva una polémica que de suyo hace rato esta ciudad ya dejó atrás, no podermos sino querer recordarles los casi dos años de voluntad ciudadana manifestada públicamente pidiendo “déjennosla en su lugar de siempre”, reclamando respeto a la memoria urbana de Caracas, al lugar que ha sido sacralizado en la autopista y al diseño del elegante espacio urbano hecho por Villanueva entre los museos, patrimonio urbano de esta ciudad que ellos desprecian, y temiendo por la remoción de las energías del Genius loci y el desastre incontrolable que puede desatar su traslado a la Plaza de los Museos.
Como grandes chamanes de lo desconocido, estas autoridades y sus asociados vuelven a la carga inexplicablemente, a pesar de que solo con las razones urbanísticas que se han esgrimido ya habrían sido defenestrados en el pasado hacía ya bastante rato. Nada ha sido suficiente para demostrarles que dos piezas idénticas de relativo valor magnético colocadas en el mismo paisaje urbano, lo que hacen es que se anulan mutuamente. O lo que es lo mismo: Kaput.
¿Que harán ellos cuándo la restaurada diosa y su plástica réplica se vean –todavía- ridículamente próximas? ¿Qué harán cuando las vean perder toda su fuerza, y no digamos la urbana, si no la telúrica? ¿Qué harán cuándo la estatua original, plantada en medio del vacío monumental y calificado que hiciera Villanueva (de nuevo, el irrespetado Villanueva) se erija como inefable peñasco atravesado en medio del Eje Mayor de la ciudad, en su escollo y obstáculo? ¿Y qué harán cuando la Yara de plástico luzca tan cheap como una Barbie, contribuyendo con aún mas con la “calcutización" de Caracas, un efecto banalizador del espacio urbano que ya hemos experimentado con horror en la ciudad de Maracaibo?
Seguramente, no será a Robert Venturi a quien invoquen por clemencia.
Publicado en: en_Caracas, N. 1.06. Caracas, viernes 28 de Mayo de 2004.
Y es que aparte de ser el único espacio urbano caraqueño en que puede materializarse físicamente lo de aquí cabemos todos, el "Paseo Fajardo" emergió como un teatro químico armado de una multípoda fauna ingenieril de distribuidores particularmente proclives a mutar con furia: en Explanada monumental (La Bandera), en Encrucijada de peregrinaciones (Santa Fe), en acústico teatro al aire libre (loops menores) y en Belvedere monumental/set (Altamira)... Fauna a la cual habrá que sumarle los paseos dentro del paseo de sus rampas y sus rectas, unas, por su sutil efecto de tribuna, y las otras por su derecho propio como “avenidas” temáticas.
Como la vegetal “Avenida de Ceylan” que se creó entre el Jardín Botánico de Caracas y Parque Los Caobos, donde habrá que ir pensando en las bandejas verdes que salvarán el río... y como la teatral “Avenida Olímpica”, que ha venido funcionando por medio siglo en torno al vértice urbano del monumento de María Lionza, verdadero circo máximo caraqueño que habrá que monumentalizar aún más para sacarle mayor partido a las fuerzas telúricas del sitio.
Es por ello que se caen por sí solos todos los tercos alegatos intentando justificar el absurdo de darle al Monumento a María Lionza otro espacio en la ciudad que obviamente no necesita, teniendo ya uno, e inigualable. Cuando Carlos Raúl Villanueva la puso en la autopista lo hizo con mucho tino. Y es que él si sabia bien lo que ésta significaba. La autopista se inauguraba como el cauce fulgurante de la modernidad; en ella la estatua emerge como el pivote imantador de todas las energías, vinculando el norte y el sur, es decir, la Universidad Central de Venezuela y su Zona Rental, que no hay que olvidar que Villanueva estaba pronta a desarrollar él mismo.
Allí, Yara quedó en medio de la gran ciudad ucevista. Con sus brazos alzados, se une a los mástiles de las luces de los estadios haciendo el mismo gesto vertical victorioso del Atlante de Narváez, portando a su vez el fuego olímpico como el pebetero oficial de la Villa Olímpica universitaria. En ningún otro lugar tendrá mayor visibilidad, ni estará de mejor manera unida a la historia de la ciudad, tanto de la universitaria como de la de Caracas. Y es a este enclave justamente que la poderosa imagen artística de la diosa y el mismo culto le deben gran parte de su persistencia en la memoria y en el incosciente colectivos, valores tardíamente reconocidos por sus empecinados mudadores.
Por ello, cuando leemos a la oficiosa oficina de prensa de Fundapatrimonio trabajando arduamente para intentar mantener viva una polémica que de suyo hace rato esta ciudad ya dejó atrás, no podermos sino querer recordarles los casi dos años de voluntad ciudadana manifestada públicamente pidiendo “déjennosla en su lugar de siempre”, reclamando respeto a la memoria urbana de Caracas, al lugar que ha sido sacralizado en la autopista y al diseño del elegante espacio urbano hecho por Villanueva entre los museos, patrimonio urbano de esta ciudad que ellos desprecian, y temiendo por la remoción de las energías del Genius loci y el desastre incontrolable que puede desatar su traslado a la Plaza de los Museos.
Como grandes chamanes de lo desconocido, estas autoridades y sus asociados vuelven a la carga inexplicablemente, a pesar de que solo con las razones urbanísticas que se han esgrimido ya habrían sido defenestrados en el pasado hacía ya bastante rato. Nada ha sido suficiente para demostrarles que dos piezas idénticas de relativo valor magnético colocadas en el mismo paisaje urbano, lo que hacen es que se anulan mutuamente. O lo que es lo mismo: Kaput.
¿Que harán ellos cuándo la restaurada diosa y su plástica réplica se vean –todavía- ridículamente próximas? ¿Qué harán cuando las vean perder toda su fuerza, y no digamos la urbana, si no la telúrica? ¿Qué harán cuándo la estatua original, plantada en medio del vacío monumental y calificado que hiciera Villanueva (de nuevo, el irrespetado Villanueva) se erija como inefable peñasco atravesado en medio del Eje Mayor de la ciudad, en su escollo y obstáculo? ¿Y qué harán cuando la Yara de plástico luzca tan cheap como una Barbie, contribuyendo con aún mas con la “calcutización" de Caracas, un efecto banalizador del espacio urbano que ya hemos experimentado con horror en la ciudad de Maracaibo?
Seguramente, no será a Robert Venturi a quien invoquen por clemencia.
Publicado en: en_Caracas, N. 1.06. Caracas, viernes 28 de Mayo de 2004.
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