domingo, 28 de junio de 2009

Torres de planos

La Torre Pirelli tras el choque de una avioneta suiza Rockwell Commander 112 de un solo motor, el 18 de abril del 2002 (f. swissinfo.ch).





1. Con la faz abofeteada
La Radio Popolare de Milán había decidido ayudar a la hija del arquitecto en hacer pública su protesta frente a lo que lucía como una amenaza cierta: los actuales inquilinos de la Torre Pirelli (1959), obra del maestro de la arquitectura moderna Gio Ponti, recientemente dañada tras el choque espectacular por la avioneta de un suicida, estaban pensando en hacer una “reinterpretación” de la fachada al ir a emprender rápidamente las costosas reparaciones (la torre fue prácticamente atravesada de lado a lado). Tan grave desprecio de los sublimes proyectos de Nervi y del Studio Ponti, Fornaroli & Roselli estaba suscitando en toda la ciudad una acre polémica. ¿Cómo era posible que hoy en Milán, la capital italiana del diseño, pudiera siquiera considerarse la posibilidad de una reconstrucción libertina-no respetuosa del edificio? ¿Será el espíritu de los tiempos?

La Radio Popolare, emisora tradicionalmente luchadora y denunciante de toda injusticia sabía que aquéllo solo podía explicarse por la poca cultura de los jefes de las oficinas oficiales que ocupan la Pirelli (algo así como la gobernación local), a quienes el exquisito diseño original de Ponti, imagen de toda la ciudad, les importa un bledo: les basta con que la torre siga dominando la plaza. Para muestra de ésto, estaba su amenaza reciente de imprimir sobre los vidrios de toda la fachada sobre la Piazza del Duca d’Aosta su logo gigantesco… una abominable práctica publicitaria que solo abunda en países donde el respeto por la cultura arquitectónica no existe. Valga como ejemplo local el ignominioso trato que le están dando a la Torre Polar en Plaza Venezuela sus inquilinos, dueños y anunciantes, con el vulgar aviso gigante (donde, en este momento (2002), “Sí Hay” abuso contra la ciudad), que mancha y borra la noble presencia arquitectónica de este favorito ícono moderno de la ciudad, como si fuera una bofetada propinada en su mismísima cara. La Pirelli se salvó por poco de ésa; la Polar, lamentablemente, no.

2. Como era
Pero aunque en Caracas vivimos en medio de una barbarie urbana, pudo nuestra ciudad acudir en ayuda de Milán. Librado el “Pirellone” por el clamor popular de la afrenta de la despreciable valla en su fachada, corría todavía un nuevo riesgo: el de verla reconstruida libertinamente con un detallado distinto, el de verla ocupada internamente con otros diseños de tabiques y plafones distantes de los originales esquemas de espacialidades internas. Estos diseños ya no emplearían los finos detalles originales pontianos.

Aunque todos los planos de la torre están guardados en la Universidad degli Studi di Parma en el Archivo Ponti, y aunque sendos juegos de copias se guardan en los depósitos del edificio, nadie garantizaba que serían seguidos al pie de la letra. Es entonces cuando Radio Popolare, en su emisión en vivo del pasado Jueves 25 de Abril de 2002, a las ocho de la noche, decide entrevistar a la hija del arquitecto. “Puede decirle a nuestros oyentes, ¿Qué opinión guarda usted al respecto?”
 
Letizia Ponti no vaciló. Había estado estudiando por días su respuesta. Y se había paseado por algunas notables reconstrucciones: la del Pabellón alemán de Mies van de Rohe en Barcelona, que no fue destruido, sino desmantelado en 1929; la polémica sobre el sustituto potencial de las siniestradas Torres Gemelas; los muchos casos de reconstrucciones en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, Berlín, Varsovia; la obra póstuma de Wright. De todos éstos, finalmente seleccionó un caso extremo para ejemplificar lo que hay que hacer con la obra maestra de su padre: la historia de las dos reconstrucciones de las fachadas de la Torre Europa de Caracas tras sus dos siniestros, reconstrucciones hechas exactamente según sus planos, y que honran a nuestra ciudad al punto de poder ser citadas como ejemplo.

Y así lo dijo al periodista: “La Torre Pirelli debe ser reconstruida como era, al igual que lo fue la Torre Europa de los arquitectos Benacerraf, Fuentes & Gómez en Caracas. Sus planos deben ser vueltos a usar, y su arquitectura reconstruida exactamente en toda la belleza de sus detalles”. Es decir, queridos oyentes, si en Caracas lo han logrado, si en esa lejana ciudad, abatida por la anarquía, la desmemoria y el irrespeto, lo han logrado, queridos milaneses, entonces con más razón debemos de hacerlo nosotros aquí... Cabe recordar que Letizia Ponti conoce bien Caracas desde los años cincuenta, cuando vivió junto a sus padres el maravilloso episodio de la Villa Planchart. Un puente arquitectónico y humano se tendió entre ambas ciudades desde entonces, del cual este testimonio radial es una nueva prueba.

3. Planimetrías como garantía
Aseguran quienes han dado la lucha en el resguardo de la memoria urbana de las ciudades de Venezuela, que luego de las derrotas sucesivas o del desconsuelo, lo único que deja una esperanza es el testimonio que podamos hacer de las arquitecturas y de los fragmentos urbanos amenazados. Levantar, fotografiar, dibujar, describir, relatar.

El más grave problema, por ejemplo, que enfrenta el triunfo del reciente amparo para proteger los conjuntos urbanos patrimoniales y las arquitecturas de la Avenida Lecuna, es la falta de registro de lo que antes había. La magnífica Torre Pirelli puede ser reconstruida, porque sobran los elementos para hacerlo; no hay nada más hermoso que ver el archivo de planos originales en canson de la Torre Europa guardados en su archivo. Pero, ¿qué hacer con El Conde, qué hacer con las arquitecturas anónimas de La Lecuna y de San Agustín del Norte? ¿Dónde están los cuadros de Canaletto o las fotos de Atget que nos permitirían reconstruir o siquiera reinterpretar lo que tan injustamente nos han arrebatado?

Esta historia de dos torres que mutuamente se ayudan a través del océano, es un llamado a la reflexión, y a la necesidad de que los organismos competentes y las universidades se aboquen, con urgencia, a registrar, registar, registrar nuestras frágiles realidades urbanas, calle por calle, edificio por edificio de caraqueña arquitectura... en torres de planos.



La Torre Pirelli, Gio Ponti (f. Sergi, 2007. Flickr.com).




Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 5 de Mayo de 2002.

sábado, 13 de junio de 2009

El fantasma

Villanueva fantasma (f. Paolo Gasparini).



"Una cadena circula a través de nuestra existencia,
enlazando lo que ya está muerto con lo que está plenamente vivo”
Marcel Proust.1

Un sábado en la noche, tuvimos la suerte de pescar en ValeTV una serie de la BBC –a la que ya no pudimos dejar-, titulada The Hemingway Adventure. La aventura en cuestión no era otra que la filmación de un individuo que tenía la pauta televisiva de recorrer el mundo siguiéndole los pasos a toda huella, a todo vestigio, a toda memoria que hubiera dejado sobre la faz de la tierra Ernest Hemingway.

Una idea genial para una serie. En ella se mezclaban en forma muy actual los documentales de descubrimiento de paisajes del mundo con los programas sociologizantes que muestran las culturas humanas, con una suerte (por lo aventurero de las peripecias registradas en cámara) de re-edición de Indiana Jones, pero literario.

Armado de una casaca de khaki, de un sombrero de cazador de patos y de un bolso de municiones repleto de libros del perseguido autor, el presentador británico iba de Madrid a Venecia, de Idaho a París, de Key West a Cuba y hasta al corazón de Africa, hasta el mismísimo nacimiento del Nilo, esforzándose obsesivamente en usar los mismos medios de locomoción y de vida originalmente empleados por el incansable “Papa” en sus escarceos trotamundos, de la bicicleta a la avioneta al tanque de guerra al bote de remos, y de la canoa al lomo de caballo palomino hasta las motocicletas con remolque.

La pesquisa del fantasma de Hemingway por todas sus casas y todos sus lugares (que invariablemente ostentan un orgulloso “Aquí estuvo…”) discurría entre lo patético, lo tragicómico, lo poético y lo maravilloso, y uno no sabía si reir o estar agradecido, porque todos los sentimientos del espectador se iban confusamente mezclando… Lo más increíble era la constatación del grado de veneración mundial hacia los instantes de vida de un hombre notable, de un ídolo bienamado, por más volátiles o fugitivos que éstos fueran. Como su paso por un puente de provincias en bicicleta o, peor aún, su provisión de víveres en la bodega del pueblo: “aquí E H compraba sus lombrices de tierra para irse a pescar lubinas”, práctica que se exageró hasta el punto de conducir al célebre cartel disuatorio en la entrada del famoso mesón madrileño Botín, en los bajos de la Plaza Mayor, que reza sobre el dintel:

“Hemingway NO estuvo aquí”

El espectro de la veneración es variopinto, y es una de las inclinaciones a las que más está dada nuestra época. Valga otro ejemplo, aún más suculento: Ediciones Gallimard publicó el año pasado (2001) la obra de un cineasta-escritor llamado Jérome Prieur, quien se dió a la tarea de perseguir por París el paso de Marcel Proust, itinerario-homenaje que culminó en el genial libro Proust fantasma.2 Otra afortunada noche tuvimos el chance de agarrar al vuelo una entrevista que le estaba haciendo Radio France a Prieur. En ella él se preguntaba qué es la vida de un escritor, pero sobre todo, qué es lo que queda de ella. De nuevo, como en la serie de la BBC, su libro “no es una biografía, sino una aventura”. Lo importante es que el fantasma del personaje perseguido sea de novela, preferiblemente negra. Los lugares habitados por su presencia, las escenografias abandonadas, “algunas fotos, cierta suerte de reliquias, de marcas medio borradas, de relámpagos de luz, de brazadas de pequeños recuerdos, sirven de talismanes”. Todo es bueno para volverle a dar cuerpo a ese ser invisible, para adivinar a qué se parecía cuando era de este mundo, para “invocar su imagen como se invoca a los fantasmas”.

Prieur se dispuso entonces a recorrer la ciudad de París dispuesto a hallar todas las reencarnaciones de Proust. Así, enfrentó la redacción de todas las vidas imaginarias discurridas en paralelo a la que tuvo realmente, exhumando página tras página en las calles, en las habitaciones, en los edificios parisinos, el soberbio cuerpo arquitectónico proustiano. Escuchó su voz, miró por sus ojos “de mirada de mil facetas como la de las moscas, mirada de lobo que engorda todo lo que toca”, surfeó sobre las ondas del pasado y elaboró toda una nueva teoría de los espectros, donde, fuera del tiempo, gracias a los miles de ex-votos dispersos por París, se puede hacer reaparecer a ese hombre invisible, intocable, que, sin cuerpo, permanece vivo –“vivant"- en la ciudad. Las expediciones de Prieur pueden lucir como obsesión, es cierto, y hasta como cursilería, pero, es innegable que, como médium amantísimo, nadie como él para hacer aparente y traducir para los menos sensibles la “bruma de las inhalaciones urbanas”. La ciudad se llena de nuevas estaciones solemnes de peregrinaje.

Uno podría bien resistirse a los mitos, y evitarlos. Y negar, reconocer que existen. Pero éso, solamente, no los borra. Yo misma, luego de haber participado en uno de los equipos que trabajaron en el recién concluido (2002) "Concurso de Calidades Urbanas para la Zona Rental Norte de la UCV", quiero dar fe aquí de un tercer delicioso ejemplo de freudiano reencuentro con el fantasma de un ídolo en una ciudad. La ciudad es ésta, Caracas, y el fantasma es el de Carlos Raúl Villanueva.

En las bases del exitoso concurso tenemos un hermoso ejemplo de una comunidad arquitectónica que, como una hija tentada y atormentada, se debate ante cometer o no un parricidio. En la Zona Rental Norte yacen, nada más y nada menos, que las fundaciones y siete sótanos construidos de la Torre Rental, el edificio no-construido del maestro, cuyo proyecto terminado hasta el último detalle reposa en la Planoteca de la Universidad Central de Venezuela.

De una manera inconsciente, las directrices geométricas del rectángulo existente de la torre inacabada norman todas las líneas de diseño del conjunto que el nuevo edificio deberá seguir: sus ejes compositivos marcan todo con villanuévica cardinalidad. Ni qué decir que, consecuencia de este insconsciente respeto a la obra de un maestro fenecido, a la que sin embargo se quiere borrar del mapa y sustituir con unas enanas torrecillas, algunas propuestas buscaron olímpicamente suplantar la torre de Villanueva con una “mejor”, otras le pasaron por encima con un bucólico pasillo de adoquines y otras la dejaron como un resto arqueológico plantado de vegetación. Las cinco propuestas que compitieron, animadas, o poseídas, más bien, de este villanuévico espíritu, hacen de acuerdo a las estrictas bases, “ejes de la torre”, “halles de la torre” o “cortes volumétricos”, que responden a los alineamentos que “vienen de la torre”.

La Torre Rental, presente en el insconsciente de los organizadores del concurso, rechazada y a la vez imposible de olvidar, nos hace recordar las palabras de Proust, cuando escribía: "el presente inscribe también frente a nosotros palabras con las cuales no sabemos qué hará más tarde nuestro destino. Y una cadena circula a través de nuestra existencia, enlazando lo que ya está muerto con lo que está plenamente vivo”.3



Portada del libro Proust fantôme, de Jérome Prieur. 






NOTAS
1. Marcel Proust. Textos reencontrados.
2. Jérome Prieur. Proust fantôme, Le cabinet des lettrés, Editions Gallimard, Mayenne, 2001.
3. M. Proust. Op. Cit.



Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, 11 de Marzo de 2002.



domingo, 7 de junio de 2009

Mitologias de la ciudad


"Casa Colonial. Caracas, Venezuela" (Postal. Archivo Fundacion de la Memoria Urbana).



“La literatura sirve para devolvernos un pedazo olvidado
o ignorado del mundo en que vivimos".
María Fernanda Palacios.1

Las grandes lagunas de la conciencia urbana suelen comúnmente taparse de manera disuasoria. Automáticamente le achacamos toda amnesia a la escasa historiografía arquitectónica producida por nuestros autores el siglo pasado sobre la historia urbana de Caracas y todas las ciudades de Venezuela: todo quedó por sentado en los pocos textos fundamentales; todo lo demás son grandes misterios o grandes mitos solares. 

Todo está por verse (o nunca estará por verse), todo está disperso, todo era escaso (o convinimos en creer que es escaso). Los planos se perdieron, las fotos se borraron, los textos no existen. A nadie se le ocurre atreverse, por lo menos, a fabular. Para muestra de ello quizás el ejemplo de la ciudad colonial sea el más paradigmático y patético de dicho automatismo. Hace muchísimo tiempo que la comunidad arquitectónica nacional dio por sentado que había que abandonar toda búsqueda de los vestigios arquitectónicos y urbanos coloniales, ya que "la ciudad moderna barrió con todo" y, aparentemente, nada quedó. Caracas es la ciudad de América con menor cantidad de fábrica colonial, que le vamos a hacer, asunto terminado. Somos modernos. Evviva.
  
Todo intento es vano. Para que remover los escombros de una realidad oscura si su sombra nos basta, si con ella nos contentamos bien pronto. Del siglo diecisiete, del siglo dieciocho "no tenemos nada", y por ende poco pesa en nosotros. Como esos parcializados historiadores de la urbanística mundial, que obvian (2002) el capitulo de la ciudad latinoamericana por ser "otra simple retícula colonial más", dejándola de lado en libros y enciclopedias del saber urbanístico, dos mil ciudades producto de las Leyes de Indias en América birladas de un plumazo por virtud de un albur, eso parecemos... La herida la dejó abierta Carlos Raúl Villanueva en su libro Caracas en tres tiempos.2 Allí, el álbum de fotografías tomadas por el mismo de las más hermosas casas coloniales de la ciudad ya anunciaba tanto la desaparición inminente de esas mismas casas como el inicio del tácito mea culpa (que nos alcanza a todos) por la destrucción que traería consigo el impulso renovador que sobrevino tras la construcción de El Silencio. 

El vértigo de la suplantación nos ha succionado en su vorágine desde entonces. Las cosas en la ciudad no se quedan intactas con nosotros lo suficiente como para que nos apropiemos psicológicamente de ellas. Hay un vacío, sin embargo, que no podremos por mucho tiempo seguir dejando sin atender. No es posible que en la historia urbana de Caracas hayan silencios de cien años, o que carezcamos, por ejemplo, de un plano que narre la evolución de las haciendas en el valle, o de otro que intente dibujar las arquitecturas domésticas del centro histórico antes del siglo veinte.

Afortunadamente, esta ciudad es infinita, y otros indómitos espíritus levantan sus voces para darnos renovados ánimos. Espíritus que no se contentan ni con las verdades a medias, ni con las historias contadas hace tiempo. Su heroica resistencia al status quo de lo que se tiene como cierto abre de nuevo la lectura de la ciudad desde ángulos inesperados de sí misma. Por ejemplo, están los apetitosos anuncios que nuestro admirado Carlos F. Duarte hace al respecto, cuando nos dice: “detrás de los muros de las aberrantes construcciones, en el fondo de los patios, debajo de los escombros, tras las fachadas prostituidas del centro histórico y de sus áreas aledañas, se encuentran esperando por ser descubiertos insospechados vestigios de nuestra ciudad colonial”. Pilas, patios, cisternas, tumbas, fragmentos, huellas de toda índole. Confundidas con lo contemporáneo, enmarañadas en la obscena realidad… O, adicionalmente, cuando vemos que empieza a levantarse por doquier la sospecha de la existencia de toda una ciudad colonial virtual descrita en las actas testamentarias de las archivos históricos de Caracas, esperando por a ser levantada por algún infógrafo cartógrafo que podamos generosamente proveerle. Casas y haciendas descritas en manuscritos por pintores y escultores o arquitectos, planos minuciosos doblados en sobres hechos por abogados del Rey o de la república… un caudal de información dormido en arcas promisorias.

Así, nuestros renovados ánimos se han coronado gloriosamente este sábado pasado, con el bautizo  en la Librería Estudios de esta ciudad del asombroso libro de la profesora María Fernanda Palacios, Ifigenia, Mitología de la Doncella criolla, su esperado trabajo de veinte años. Entre las inagotables maravillas de esta obra que lo dejan a uno paralizado de admiración -valga decir, en absoluto estado de shock-, ésta comprende un magistral primer capítulo, titulado “Mitología de la casa”, que habrá que hacerles leer a todos los estudiantes de arquitectura de ahora en adelante, por decir lo menos.3 Es, sin duda, es el texto más sensible e inteligente aparecido sobre el tema de la casa criolla desde que Graziano Gasparini publicara en 1962 La casa colonial venezolana… hace ya cuarenta años. (2002).

Magníficamente escrito, mejor documentado, divinamente pensado y argumentado, este libro es, sobre todo, una especie de epifanía anunciada: algo que la ciudad esperaba ya hace mucho tiempo. ¿Hay que aclarar que son las amorosas, eruditas, apasionadas lecturas como ésta las que ahora justamente más le hacen falta a Caracas?… Aunque hay que estar claros: es muy difícil que ninguno de nosotros pueda llegar siquiera a rozar el discurrir de la profesora Palacios, acucioso, creativo e incansable, por las líneas y entrelíneas de la novela Ifigenia de Teresa de la Parra.

Por ello, ¡quién pudiera atreverse a pedirle que lo siguiera haciendo pero esta vez en el gran libro que es esta ciudad para poder lograr develarnos todas sus otras mitologías, todas sus corrientes sumergidas! Y, si como nos dice: “la literatura sirve para devolvernos un pedazo olvidado o ignorado del mundo en que vivimos o de la historia en que estamos ensartados”, los arquitectos debemos estarle agradecidos por habernos devuelto la casa criolla en todas sus estancias e instancias, y por habernos demostrado con sublime tino cómo habita en sus profundidades “el corazón salvaje de la ciudad”.4

Portada del libro Ifigenia, Mitologia del Doncella Criolla.
 




NOTAS
1. Maria Fernanda Palacios. Ifigenia. Mitología de la Doncella Criolla, Ediciones Angria, Caracas, 2001.
2. Carlos Raúl Villanueva. Caracas en tres tiempos, Caracas.
3.4. M.F. Palacios. Op. Cit., 2001.




Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 25 de febrero de 2002.






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