"Una cadena circula a través de nuestra existencia,
enlazando lo que ya está muerto con lo que está plenamente vivo”
Marcel Proust.1
Un sábado en la noche, tuvimos la suerte de pescar en ValeTV una serie de la BBC –a la que ya no pudimos dejar-, titulada “The Hemingway Adventure”. La aventura en cuestión no era otra que la filmación de un individuo que tenía la pauta televisiva de recorrer el mundo siguiéndole los pasos a toda huella, a todo vestigio, a toda memoria que hubiera dejado sobre la faz de la tierra Ernest Hemingway.
Una idea genial para una serie. En ella se mezclaban en forma muy actual los documentales de descubrimiento de paisajes del mundo con los programas sociologizantes que muestran las culturas humanas, con una suerte (por lo aventurero de las peripecias registradas en cámara) de re-edición de Indiana Jones, pero literario.
Armado de una casaca de khaki, de un sombrero de cazador de patos y de un bolso de municiones repleto de libros del perseguido autor, el presentador británico iba de Madrid a Venecia, de Idaho a París, de Key West a Cuba y hasta al corazón de Africa, hasta el mismísimo nacimiento del Nilo, esforzándose obsesivamente en usar los mismos medios de locomoción y de vida originalmente empleados por el incansable “Papa” en sus escarceos trotamundos, de la bicicleta a la avioneta al tanque de guerra al bote de remos, y de la canoa al lomo de caballo palomino hasta las motocicletas con remolque.
La pesquisa del fantasma de Hemingway por todas sus casas y todos sus lugares (que invariablemente ostentan un orgulloso “Aquí estuvo…”) discurría entre lo patético, lo tragicómico, lo poético y lo maravilloso, y uno no sabía si reir o estar agradecido, porque todos los sentimientos del espectador se iban confusamente mezclando… Lo más increíble era la constatación del grado de veneración mundial hacia los instantes de vida de un hombre notable, de un ídolo bienamado, por más volátiles o fugitivos que éstos fueran. Como su paso por un puente de provincias en bicicleta o, peor aún, su provisión de víveres en la bodega del pueblo: “aquí E H compraba sus lombrices de tierra para irse a pescar lubinas”, práctica que se exageró hasta el punto de conducir al célebre cartel disuatorio en la entrada del famoso mesón madrileño Botín, en los bajos de la Plaza Mayor, que reza sobre el dintel:
“Hemingway NO estuvo aquí”
El espectro de la veneración es variopinto, y es una de las inclinaciones a las que más está dada nuestra época. Valga otro ejemplo, aún más suculento: Ediciones Gallimard publicó el año pasado (2001) la obra de un cineasta-escritor llamado Jérome Prieur, quien se dió a la tarea de perseguir por París el paso de Marcel Proust, itinerario-homenaje que culminó en el genial libro Proust fantasma.2 Otra afortunada noche tuvimos el chance de agarrar al vuelo una entrevista que le estaba haciendo Radio France a Prieur. En ella él se preguntaba qué es la vida de un escritor, pero sobre todo, qué es lo que queda de ella. De nuevo, como en la serie de la BBC, su libro “no es una biografía, sino una aventura”. Lo importante es que el fantasma del personaje perseguido sea de novela, preferiblemente negra. Los lugares habitados por su presencia, las escenografias abandonadas, “algunas fotos, cierta suerte de reliquias, de marcas medio borradas, de relámpagos de luz, de brazadas de pequeños recuerdos, sirven de talismanes”. Todo es bueno para volverle a dar cuerpo a ese ser invisible, para adivinar a qué se parecía cuando era de este mundo, para “invocar su imagen como se invoca a los fantasmas”.Prieur se dispuso entonces a recorrer la ciudad de París dispuesto a hallar todas las reencarnaciones de Proust. Así, enfrentó la redacción de todas las vidas imaginarias discurridas en paralelo a la que tuvo realmente, exhumando página tras página en las calles, en las habitaciones, en los edificios parisinos, el soberbio cuerpo arquitectónico proustiano. Escuchó su voz, miró por sus ojos “de mirada de mil facetas como la de las moscas, mirada de lobo que engorda todo lo que toca”, surfeó sobre las ondas del pasado y elaboró toda una nueva teoría de los espectros, donde, fuera del tiempo, gracias a los miles de ex-votos dispersos por París, se puede hacer reaparecer a ese hombre invisible, intocable, que, sin cuerpo, permanece vivo –“vivant"- en la ciudad. Las expediciones de Prieur pueden lucir como obsesión, es cierto, y hasta como cursilería, pero, es innegable que, como médium amantísimo, nadie como él para hacer aparente y traducir para los menos sensibles la “bruma de las inhalaciones urbanas”. La ciudad se llena de nuevas estaciones solemnes de peregrinaje.
Uno podría bien resistirse a los mitos, y evitarlos. Y negar, reconocer que existen. Pero éso, solamente, no los borra. Yo misma, luego de haber participado en uno de los equipos que trabajaron en el recién concluido (2002) "Concurso de Calidades Urbanas para la Zona Rental Norte de la UCV", quiero dar fe aquí de un tercer delicioso ejemplo de freudiano reencuentro con el fantasma de un ídolo en una ciudad. La ciudad es ésta, Caracas, y el fantasma es el de Carlos Raúl Villanueva.
En las bases del exitoso concurso tenemos un hermoso ejemplo de una comunidad arquitectónica que, como una hija tentada y atormentada, se debate ante cometer o no un parricidio. En la Zona Rental Norte yacen, nada más y nada menos, que las fundaciones y siete sótanos construidos de la Torre Rental, el edificio no-construido del maestro, cuyo proyecto terminado hasta el último detalle reposa en la Planoteca de la Universidad Central de Venezuela.
De una manera inconsciente, las directrices geométricas del rectángulo existente de la torre inacabada norman todas las líneas de diseño del conjunto que el nuevo edificio deberá seguir: sus ejes compositivos marcan todo con villanuévica cardinalidad. Ni qué decir que, consecuencia de este insconsciente respeto a la obra de un maestro fenecido, a la que sin embargo se quiere borrar del mapa y sustituir con unas enanas torrecillas, algunas propuestas buscaron olímpicamente suplantar la torre de Villanueva con una “mejor”, otras le pasaron por encima con un bucólico pasillo de adoquines y otras la dejaron como un resto arqueológico plantado de vegetación. Las cinco propuestas que compitieron, animadas, o poseídas, más bien, de este villanuévico espíritu, hacen de acuerdo a las estrictas bases, “ejes de la torre”, “halles de la torre” o “cortes volumétricos”, que responden a los alineamentos que “vienen de la torre”.
La Torre Rental, presente en el insconsciente de los organizadores del concurso, rechazada y a la vez imposible de olvidar, nos hace recordar las palabras de Proust, cuando escribía: "el presente inscribe también frente a nosotros palabras con las cuales no sabemos qué hará más tarde nuestro destino. Y una cadena circula a través de nuestra existencia, enlazando lo que ya está muerto con lo que está plenamente vivo”.3
NOTAS
1. Marcel Proust. Textos reencontrados.
2. Jérome Prieur. Proust fantôme, Le cabinet des lettrés, Editions Gallimard, Mayenne, 2001.
3. M. Proust. Op. Cit.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, 11 de Marzo de 2002.
2. Jérome Prieur. Proust fantôme, Le cabinet des lettrés, Editions Gallimard, Mayenne, 2001.
3. M. Proust. Op. Cit.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, 11 de Marzo de 2002.
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