"Casa Colonial. Caracas, Venezuela" (Postal. Archivo Fundacion de la Memoria Urbana).
“La literatura sirve para devolvernos un pedazo olvidado
o ignorado del mundo en que vivimos".
o ignorado del mundo en que vivimos".
María Fernanda Palacios.1
Las grandes lagunas de la conciencia urbana suelen comúnmente taparse de
manera disuasoria. Automáticamente le achacamos toda amnesia a la escasa
historiografía arquitectónica producida por nuestros autores el siglo pasado
sobre la historia urbana de Caracas y todas las ciudades de Venezuela: todo quedó
por sentado en los pocos textos fundamentales; todo lo demás son grandes
misterios o grandes mitos solares.
Todo
está por verse (o nunca estará por verse), todo está disperso, todo era escaso
(o convinimos en creer que es escaso). Los planos se perdieron, las fotos se
borraron, los textos no existen. A nadie se le ocurre atreverse, por lo menos,
a fabular. Para muestra de ello quizás el ejemplo de la ciudad colonial sea el
más paradigmático y patético de dicho automatismo. Hace muchísimo tiempo que la
comunidad arquitectónica nacional dio por sentado que había que abandonar toda
búsqueda de los vestigios arquitectónicos y urbanos coloniales, ya que "la
ciudad moderna barrió con todo" y, aparentemente, nada quedó. Caracas es
la ciudad de América con menor cantidad de fábrica colonial, que le vamos a
hacer, asunto terminado. Somos modernos. Evviva.
Todo
intento es vano. Para que remover los escombros de una realidad oscura si su
sombra nos basta, si con ella nos contentamos bien pronto. Del siglo diecisiete,
del siglo dieciocho "no tenemos nada", y por ende poco pesa en
nosotros. Como esos parcializados historiadores de la urbanística mundial, que
obvian (2002) el capitulo de la ciudad latinoamericana por ser "otra
simple retícula colonial más", dejándola de lado en libros y enciclopedias
del saber urbanístico, dos mil ciudades producto de las Leyes de Indias en
América birladas de un plumazo por virtud de un albur, eso parecemos... La
herida la dejó abierta Carlos Raúl Villanueva en su libro Caracas en tres
tiempos.2 Allí, el álbum de fotografías tomadas por el mismo de las más
hermosas casas coloniales de la ciudad ya anunciaba tanto la desaparición
inminente de esas mismas casas como el inicio del tácito mea culpa (que
nos alcanza a todos) por la destrucción que traería consigo el impulso
renovador que sobrevino tras la construcción de El Silencio.
El
vértigo de la suplantación nos ha succionado en su vorágine desde entonces. Las
cosas en la ciudad no se quedan intactas con nosotros lo suficiente como para
que nos apropiemos psicológicamente de ellas. Hay un vacío, sin embargo, que no
podremos por mucho tiempo seguir dejando sin atender. No es posible que en la
historia urbana de Caracas hayan silencios de cien años, o que carezcamos, por
ejemplo, de un plano que narre la evolución de las haciendas en el valle, o de
otro que intente dibujar las arquitecturas domésticas del centro histórico
antes del siglo veinte.
Afortunadamente,
esta ciudad es infinita, y otros indómitos espíritus levantan sus voces para darnos
renovados ánimos. Espíritus que no se contentan ni con las verdades a medias,
ni con las historias contadas hace tiempo. Su heroica resistencia al status
quo de lo que se tiene como cierto abre de nuevo la lectura de la ciudad
desde ángulos inesperados de sí misma. Por ejemplo, están los apetitosos
anuncios que nuestro admirado Carlos F. Duarte hace al respecto, cuando nos
dice: “detrás de los muros de las aberrantes construcciones, en el fondo de
los patios, debajo de los escombros, tras las fachadas prostituidas del centro
histórico y de sus áreas aledañas, se encuentran esperando por ser descubiertos
insospechados vestigios de nuestra ciudad colonial”. Pilas, patios,
cisternas, tumbas, fragmentos, huellas de toda índole. Confundidas con lo
contemporáneo, enmarañadas en la obscena realidad… O, adicionalmente, cuando
vemos que empieza a levantarse por doquier la sospecha de la existencia de toda
una ciudad colonial virtual descrita en las actas testamentarias de las
archivos históricos de Caracas, esperando por a ser levantada por algún
infógrafo cartógrafo que podamos generosamente proveerle. Casas y haciendas
descritas en manuscritos por pintores y escultores o arquitectos, planos
minuciosos doblados en sobres hechos por abogados del Rey o de la república… un
caudal de información dormido en arcas promisorias.
Así,
nuestros renovados ánimos se han coronado gloriosamente este sábado pasado, con
el bautizo en la Librería Estudios de esta ciudad del asombroso libro de
la profesora María Fernanda Palacios, Ifigenia, Mitología de la Doncella criolla, su esperado trabajo de veinte años.
Entre las inagotables maravillas de esta obra que lo dejan a uno paralizado de
admiración -valga decir, en absoluto estado de shock-, ésta comprende un
magistral primer capítulo, titulado “Mitología de la casa”, que habrá que
hacerles leer a todos los estudiantes de arquitectura de ahora en adelante, por
decir lo menos.3 Es, sin duda, es el texto más sensible e inteligente aparecido
sobre el tema de la casa criolla desde que Graziano Gasparini publicara en 1962
La casa colonial venezolana… hace ya cuarenta años. (2002).
Magníficamente
escrito, mejor documentado, divinamente pensado y argumentado, este libro es,
sobre todo, una especie de epifanía anunciada: algo que la ciudad esperaba ya
hace mucho tiempo. ¿Hay que aclarar que son las amorosas, eruditas, apasionadas
lecturas como ésta las que ahora justamente más le hacen falta a Caracas?… Aunque
hay que estar claros: es muy difícil que ninguno de nosotros pueda llegar
siquiera a rozar el discurrir de la profesora Palacios, acucioso, creativo e
incansable, por las líneas y entrelíneas de la novela Ifigenia de Teresa
de la Parra.
Por
ello, ¡quién pudiera atreverse a pedirle que lo siguiera haciendo pero esta vez
en el gran libro que es esta ciudad para poder lograr develarnos todas sus
otras mitologías, todas sus corrientes sumergidas! Y, si como nos dice: “la
literatura sirve para devolvernos un pedazo olvidado o ignorado del mundo en
que vivimos o de la historia en que estamos ensartados”, los arquitectos
debemos estarle agradecidos por habernos devuelto la casa criolla en todas sus
estancias e instancias, y por habernos demostrado con sublime tino cómo habita
en sus profundidades “el corazón salvaje de la ciudad”.4
NOTAS
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