Cada año, el 25 de Julio, las autoridades y todos los caraqueños celebramos el aniversario de la fundación de la ciudad: la tradición es antigua, y enlaza el día dedicado a Santiago Apóstol, patrono de España, con el acto ritual fundacional prescrito en las Ordenanzas de Población de las Leyes de Indias para todas las ciudades de América. Esta continuidad, que remonta los destinos de nuestra capital moderna a sus orígenes en el siglo XVI, es Caracas.
Analicemos el significado de dicha continuidad. Cada año celebramos esta fecha sin vestir disfraces de la época ni interpretar parodias de la historia. Caracas, evidentemente, es un asunto del presente, y no estrictamente del pasado. Aunque a su llegada algún turista descubra con asombro uno que otro de los fragmentos exiguos y austeros de la ciudad antigua entre la extensa fábrica moderna -el mayor valor patrimonial ante el mundo del que esta ciudad puede hacer gala- lo esencial no está allí. Para el caraqueño lo más importante es la visión estereoscópica de Caracas, la de su vida cotidiana yuxtapuesta cada instante a los niveles diferentes de una misma densidad histórica. Y es esta yuxtaposición la que hoy queremos volver no sólo tangible, sino también instrumental.
Las colinas y los antiguos sitios topográficos del valle aún se nombran por los nombres Mariches, Caroata, los Teques, Guayre, la Yaguara, Guaycamacuto, Catia, Anauco, Caracas…; los caminos y los enclaves urbanos aún se conocen como Avila, El Calvario, Caraballeda, Maripérez, El Valle, La Pastora, La Vega, Candelaria, Las Mercedes, Altagracia, Calle Real de Sabana Grande… las naciones indígenas, las provincias reales, las haciendas coloniales, las joyas modernas del pasado cohabitan con una fuerza más que toponímica en la capital contemporánea. Un acto ritual aborigen marcó para siempre la ocupación anímica del valle, como eterno belvedere monumental de sí misma y del paisaje. Otro acto ritual mediterráneo marcó eternamente la naturaleza urbana del corazón de la ciudad, que es lo que más cuenta en ésta y en todas las ciudades… No importa cuán lejos de lo urbano estén las suburbias: mientras el centro histórico exista como tal y mantenga sus valores, la ciudad existe y será una esperanza.
La vida cotidiana sigue marcando sus cambios al hilo del tiempo. Nuestra ciudad es mezcla intensa de lo antiguo con lo moderno, palimpsesto fértil de obligada relectura. No obstante, también cada día estamos escindidos por nuestra familiaridad inconsciente e ingrata con los antepasados que celosamente guardamos en los retratos de familia: somos susceptibles a la gloria de estos honorables ancestros y sus epopeyas, pero a la vez somos indiferentes a los objetos urbanos entre los cuales ellos vivieron. Soberbia e irrespeto del pasado, he aquí dos de los caracteres esenciales que se pregonan sin cuartel sobre nuestra vida caraqueña. Mas también: incomodidad por tanta amnesia, deseo de reinvindicar la memoria urbana y ansias de recuperar la reverencia ancestral, casi sacramental, al dios del lugar.
Nuestras universidades carecen de alguna asignatura que estudie la ciencia urbana en sus aspectos más cercanos a la arquitectura, la génesis y morfología de los espacios públicos, las tipologías y plantas urbanas, o las razones que modelan las ciudades al construirse en el tiempo. Otro tema ignorado académicamente es la memoria urbana, por lo que legiones de arquitectos y urbanistas se han venido graduando desde hace décadas sin conocer ni manejar siquiera un puñado de los lenguajes urbanos de Caracas. Esto debe cambiar, y personalmente he contribuído con varias iniciativas. En 1997 abrí y dicté la Cátedra de Historia de la Forma Urbana en el Departamento de Historia y Crítica de la Facultad de Arquitectura de la UCV. Allí estudiamos por dos años la evolución progresiva de las formas urbanas de París y de Caracas y elaboramos maquetas sucesivas a una misma escala. Desde 1992, publiqué varios textos centrados en la morfología y la memoria urbana, como por ejemplo “La ciudad perdida” y “El Valle sin retorno” publicados en dos ediciones aniversarias en el desaparecido Diario de Caracas y, más recientemente, el ensayo “La suburbia colgante” publicado por Princeton Architectural Press y en la recopilación de textos sobre Caracas de Tulio Hernández.
El rastreo de la historia de la forma urbana es también el tema del ciclo “Las Ciudades Invisibles de Caracas”, del cual ya hemos producido las “ciudades dentro de la ciudad” de Las Mercedes, Bello Monte, la Parroquia de Altagracia y San Bernardino, y estamos preparando la Parroquia el Recreo a dictarse este mes en las Jornadas de las Parroquias del Centro, que adelantan conjuntamente nuestras dos organizaciones culturales, la Fundación de la Memoria Urbana y el Centro de la Ciudad. Actualmente, según un proyecto que he basado en los mismos conceptos e investigaciones al hilo del tiempo, trabajo la Curaduría de la exposición “Caracas 1500-2000: Quinientos Años de Forma Urbana” a inaugurarse en el Museo Sacro la próxima Semana de Caracas (2002) con los auspicios de la Secretaría de Planificación y Urbanismo de la Alcaldía Metropolitana y con la asistencia del Centro de la Ciudad.
Así, la celebración de un nuevo aniversario de Caracas es una oportunidad para su redescubrimiento. Es necesario que los ciudadanos conozcan más y mejor el modus operandi y la naturaleza urbana de la ciudad que habitan. No puede quererse lo que no se conoce. A medida que la ciudad crece y se hace más inabarcable, analizarla para hacerla más comprensible para todos resulta impostergable para su gobernabilidad. Caracas ha demostrado ser infinita, y el rico yacimiento de sus historias inéditas así lo demuestra.
Analicemos el significado de dicha continuidad. Cada año celebramos esta fecha sin vestir disfraces de la época ni interpretar parodias de la historia. Caracas, evidentemente, es un asunto del presente, y no estrictamente del pasado. Aunque a su llegada algún turista descubra con asombro uno que otro de los fragmentos exiguos y austeros de la ciudad antigua entre la extensa fábrica moderna -el mayor valor patrimonial ante el mundo del que esta ciudad puede hacer gala- lo esencial no está allí. Para el caraqueño lo más importante es la visión estereoscópica de Caracas, la de su vida cotidiana yuxtapuesta cada instante a los niveles diferentes de una misma densidad histórica. Y es esta yuxtaposición la que hoy queremos volver no sólo tangible, sino también instrumental.
Las colinas y los antiguos sitios topográficos del valle aún se nombran por los nombres Mariches, Caroata, los Teques, Guayre, la Yaguara, Guaycamacuto, Catia, Anauco, Caracas…; los caminos y los enclaves urbanos aún se conocen como Avila, El Calvario, Caraballeda, Maripérez, El Valle, La Pastora, La Vega, Candelaria, Las Mercedes, Altagracia, Calle Real de Sabana Grande… las naciones indígenas, las provincias reales, las haciendas coloniales, las joyas modernas del pasado cohabitan con una fuerza más que toponímica en la capital contemporánea. Un acto ritual aborigen marcó para siempre la ocupación anímica del valle, como eterno belvedere monumental de sí misma y del paisaje. Otro acto ritual mediterráneo marcó eternamente la naturaleza urbana del corazón de la ciudad, que es lo que más cuenta en ésta y en todas las ciudades… No importa cuán lejos de lo urbano estén las suburbias: mientras el centro histórico exista como tal y mantenga sus valores, la ciudad existe y será una esperanza.
La vida cotidiana sigue marcando sus cambios al hilo del tiempo. Nuestra ciudad es mezcla intensa de lo antiguo con lo moderno, palimpsesto fértil de obligada relectura. No obstante, también cada día estamos escindidos por nuestra familiaridad inconsciente e ingrata con los antepasados que celosamente guardamos en los retratos de familia: somos susceptibles a la gloria de estos honorables ancestros y sus epopeyas, pero a la vez somos indiferentes a los objetos urbanos entre los cuales ellos vivieron. Soberbia e irrespeto del pasado, he aquí dos de los caracteres esenciales que se pregonan sin cuartel sobre nuestra vida caraqueña. Mas también: incomodidad por tanta amnesia, deseo de reinvindicar la memoria urbana y ansias de recuperar la reverencia ancestral, casi sacramental, al dios del lugar.
Nuestras universidades carecen de alguna asignatura que estudie la ciencia urbana en sus aspectos más cercanos a la arquitectura, la génesis y morfología de los espacios públicos, las tipologías y plantas urbanas, o las razones que modelan las ciudades al construirse en el tiempo. Otro tema ignorado académicamente es la memoria urbana, por lo que legiones de arquitectos y urbanistas se han venido graduando desde hace décadas sin conocer ni manejar siquiera un puñado de los lenguajes urbanos de Caracas. Esto debe cambiar, y personalmente he contribuído con varias iniciativas. En 1997 abrí y dicté la Cátedra de Historia de la Forma Urbana en el Departamento de Historia y Crítica de la Facultad de Arquitectura de la UCV. Allí estudiamos por dos años la evolución progresiva de las formas urbanas de París y de Caracas y elaboramos maquetas sucesivas a una misma escala. Desde 1992, publiqué varios textos centrados en la morfología y la memoria urbana, como por ejemplo “La ciudad perdida” y “El Valle sin retorno” publicados en dos ediciones aniversarias en el desaparecido Diario de Caracas y, más recientemente, el ensayo “La suburbia colgante” publicado por Princeton Architectural Press y en la recopilación de textos sobre Caracas de Tulio Hernández.
El rastreo de la historia de la forma urbana es también el tema del ciclo “Las Ciudades Invisibles de Caracas”, del cual ya hemos producido las “ciudades dentro de la ciudad” de Las Mercedes, Bello Monte, la Parroquia de Altagracia y San Bernardino, y estamos preparando la Parroquia el Recreo a dictarse este mes en las Jornadas de las Parroquias del Centro, que adelantan conjuntamente nuestras dos organizaciones culturales, la Fundación de la Memoria Urbana y el Centro de la Ciudad. Actualmente, según un proyecto que he basado en los mismos conceptos e investigaciones al hilo del tiempo, trabajo la Curaduría de la exposición “Caracas 1500-2000: Quinientos Años de Forma Urbana” a inaugurarse en el Museo Sacro la próxima Semana de Caracas (2002) con los auspicios de la Secretaría de Planificación y Urbanismo de la Alcaldía Metropolitana y con la asistencia del Centro de la Ciudad.
Así, la celebración de un nuevo aniversario de Caracas es una oportunidad para su redescubrimiento. Es necesario que los ciudadanos conozcan más y mejor el modus operandi y la naturaleza urbana de la ciudad que habitan. No puede quererse lo que no se conoce. A medida que la ciudad crece y se hace más inabarcable, analizarla para hacerla más comprensible para todos resulta impostergable para su gobernabilidad. Caracas ha demostrado ser infinita, y el rico yacimiento de sus historias inéditas así lo demuestra.
Caracas en 2003.