True colors: la Plaza O´Leary en 1957.
1. Impresiones
Arthur Rimbaud le confería ciertas características cromáticas a las vocales. Para el poeta, a la A le toca el negro; a la E el blanco; a la I el rojo, a la O el verde y a la U, finalmente, el azul. Así, sus textos eran –al menos en teoría- también perfectamente susceptibles de ser leídos en Technicolor. De ello resultaba una “impresión” formada por cientos de puntitos de colores, que, sumados, proveían al lector de una imagen estética paralela del poema, de una sugestión casi mágica, como en aquellos lienzos con numeritos para quien aprende a pintar, o como en la pintura impresionista.
Conocido esto, volví a ver a la ciudad. De lejos, para apreciarla mejor en todos sus colores: los de cada individualidad arquitectónica. Sin ningún canon rimbaudiano a la mano, era sin embargo posible entender los cromatismos implícitos en ella… Y apreciar la imagen global. Caracas con sus frases, sus palabras y sus letras, sus fraseos y sus estrofas ¿necesita realmente de alguien genial que dictamine un código visual que pueda explicarla, o rendirla aparente para los otros? Y si así fuera, ¿qué color le endosaría éste a cada uno de los componentes urbanos?... ¿Es todo, a la postre, un asunto de impresiones personales?
2. Blanca torre
El verso más pigmentado de la poesía urbana caraqueña es aquél de los techos rojos y las azules lomas. En medio del nebuloso tono liláceo que la imagen sugiere, emerge destacada la nívea pincelada del campanario catedralicio pérezbonaldiano. Casi un lienzo… Su blancura de relámpago entre el extendido mar terracotta de los tejados se convirtió desde entonces como en un lema para Caracas… Aunque muchos colores hayan convivido luego bajo el ala de los aleros, aquel blanco de la torre tuvo algo de seminal incluso antes de que el siglo veinte barriera con prácticamente toda la policromática arquitectura colonial y decimonónica.
Blanco, marfil, mantecado, ostra, gris… Luz blanca, atmósferas enceguecedoras. Mediodía. Qué Chandigarh, ni qué Algeria, ni qué Marsella, ni qué Río: Caracas. La Caracas moderna. Hoy, nada brilla en el valle con tánta belleza como el albo espinazo del Aula Magna.
3. Saber ver la arquitectura
Hace 65 años, cuando Carlos Raúl Villanueva desechó los fuertes tonos en boga aplicados a las fachadas de ciertas Siedlung (conjuntos de vivienda multifamiliar) alemanas y de ciertas Hoffe (bloques perimetrales de vivienda multifamiliar) austríacas –en particular los rojos del Karlmarxhoffe-, para recubrir El Silencio con un discreto ton sur ton beige, no era porque le tuviera miedo al color, por desinformación, o porque no apreciara la arquitectura popular… sabemos que Villanueva no era color blind.
Allí un fuerte cromatismo no hacía falta, y por tanto no se especificó jamás en el proyecto. El fragmento de ciudad que se estaba reconstruyendo era el de un barrio residencial para la clase media… tranquilo, urbano, tradicional. Nada de estridencias, al menos no en la fachada a la calle, nada de radicalismos, nada de vanguardismos: ésta fue una lección de la más clásica arquitectura urbana para una ciudad que tenía que aprender a crecer a otra escala, y, literalmente, en otro tono. Así, los bloques de El Silencio, no han sido jamás naranja. Hoy (2005), aunque se aleguen calas, estratigrafías, raspados, estudios cromáticos y demás florituras para tergiversar la verdad histórica, El Silencio solo es como lo diseñó su autor.
El Silencio es del color original de sus arquitecturas cuando fueron construidas, en toda la autenticidad de su momento histórico. Igualmente, Caracas. Y si nos aventuráramos un poco más, para intentar hilar tan fino como Rimbaud, veríamos que en el texto de nuestra monumental ciudad moderna quizás a la A le tocaría algo así como el blanco del concreto, ese béton brut que en el Caribe refulge con inusitada eclosión; a la E el blanco reflectante de las superficies de vidrio; a la I los muros de piedra blanqueados por la solaridad; a la O le correspondería el matiz de los planos murarios encalados y abstractos, y la U sería de todos los colores del arcoiris de las carpinterías, murales, detalles, planos y elementos arquitectónicos, reducidos a uno solo y universal tono caraqueño bajo el sol. Sólo hay que saber leer… o tal vez, simplemente, entrecerrar los ojos.
Nuestra ciudad tiene los colores que ha ido escogiendo cuidadosamente para ella misma a través de su historia, como lo hicieron tántas otras ciudades con personalidad, como Venecia, París, Palma, calle por calle, palmo por palmo, arquitectura por arquitectura, y éstos se parecen en mucho al que la blanca luz del valle ha dictaminado implacablemente para ella. Eso, también es patrimonio.
Publicado en: viejasfotosactuales.com, Caracas, 2005.
Arthur Rimbaud le confería ciertas características cromáticas a las vocales. Para el poeta, a la A le toca el negro; a la E el blanco; a la I el rojo, a la O el verde y a la U, finalmente, el azul. Así, sus textos eran –al menos en teoría- también perfectamente susceptibles de ser leídos en Technicolor. De ello resultaba una “impresión” formada por cientos de puntitos de colores, que, sumados, proveían al lector de una imagen estética paralela del poema, de una sugestión casi mágica, como en aquellos lienzos con numeritos para quien aprende a pintar, o como en la pintura impresionista.
Conocido esto, volví a ver a la ciudad. De lejos, para apreciarla mejor en todos sus colores: los de cada individualidad arquitectónica. Sin ningún canon rimbaudiano a la mano, era sin embargo posible entender los cromatismos implícitos en ella… Y apreciar la imagen global. Caracas con sus frases, sus palabras y sus letras, sus fraseos y sus estrofas ¿necesita realmente de alguien genial que dictamine un código visual que pueda explicarla, o rendirla aparente para los otros? Y si así fuera, ¿qué color le endosaría éste a cada uno de los componentes urbanos?... ¿Es todo, a la postre, un asunto de impresiones personales?
2. Blanca torre
El verso más pigmentado de la poesía urbana caraqueña es aquél de los techos rojos y las azules lomas. En medio del nebuloso tono liláceo que la imagen sugiere, emerge destacada la nívea pincelada del campanario catedralicio pérezbonaldiano. Casi un lienzo… Su blancura de relámpago entre el extendido mar terracotta de los tejados se convirtió desde entonces como en un lema para Caracas… Aunque muchos colores hayan convivido luego bajo el ala de los aleros, aquel blanco de la torre tuvo algo de seminal incluso antes de que el siglo veinte barriera con prácticamente toda la policromática arquitectura colonial y decimonónica.
Blanco, marfil, mantecado, ostra, gris… Luz blanca, atmósferas enceguecedoras. Mediodía. Qué Chandigarh, ni qué Algeria, ni qué Marsella, ni qué Río: Caracas. La Caracas moderna. Hoy, nada brilla en el valle con tánta belleza como el albo espinazo del Aula Magna.
3. Saber ver la arquitectura
Hace 65 años, cuando Carlos Raúl Villanueva desechó los fuertes tonos en boga aplicados a las fachadas de ciertas Siedlung (conjuntos de vivienda multifamiliar) alemanas y de ciertas Hoffe (bloques perimetrales de vivienda multifamiliar) austríacas –en particular los rojos del Karlmarxhoffe-, para recubrir El Silencio con un discreto ton sur ton beige, no era porque le tuviera miedo al color, por desinformación, o porque no apreciara la arquitectura popular… sabemos que Villanueva no era color blind.
Allí un fuerte cromatismo no hacía falta, y por tanto no se especificó jamás en el proyecto. El fragmento de ciudad que se estaba reconstruyendo era el de un barrio residencial para la clase media… tranquilo, urbano, tradicional. Nada de estridencias, al menos no en la fachada a la calle, nada de radicalismos, nada de vanguardismos: ésta fue una lección de la más clásica arquitectura urbana para una ciudad que tenía que aprender a crecer a otra escala, y, literalmente, en otro tono. Así, los bloques de El Silencio, no han sido jamás naranja. Hoy (2005), aunque se aleguen calas, estratigrafías, raspados, estudios cromáticos y demás florituras para tergiversar la verdad histórica, El Silencio solo es como lo diseñó su autor.
El Silencio es del color original de sus arquitecturas cuando fueron construidas, en toda la autenticidad de su momento histórico. Igualmente, Caracas. Y si nos aventuráramos un poco más, para intentar hilar tan fino como Rimbaud, veríamos que en el texto de nuestra monumental ciudad moderna quizás a la A le tocaría algo así como el blanco del concreto, ese béton brut que en el Caribe refulge con inusitada eclosión; a la E el blanco reflectante de las superficies de vidrio; a la I los muros de piedra blanqueados por la solaridad; a la O le correspondería el matiz de los planos murarios encalados y abstractos, y la U sería de todos los colores del arcoiris de las carpinterías, murales, detalles, planos y elementos arquitectónicos, reducidos a uno solo y universal tono caraqueño bajo el sol. Sólo hay que saber leer… o tal vez, simplemente, entrecerrar los ojos.
Nuestra ciudad tiene los colores que ha ido escogiendo cuidadosamente para ella misma a través de su historia, como lo hicieron tántas otras ciudades con personalidad, como Venecia, París, Palma, calle por calle, palmo por palmo, arquitectura por arquitectura, y éstos se parecen en mucho al que la blanca luz del valle ha dictaminado implacablemente para ella. Eso, también es patrimonio.
Procol Harum. A Whiter Shade of Pale (1995).
Publicado en: viejasfotosactuales.com, Caracas, 2005.
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