Harmodio y Aristogitón, Los tiranicidas. Mármol. Critias, copia romana del siglo II AC de la estatua ateniense del siglo V AC. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles (f. Wikipedia).
“There is always a little bit of Heaven in a disaster area”.
Hugh Romney, productor del Festival de Woodstock.
La Tyrannide, según los antiguos griegos, es el enemigo ancestral de la ciudad. Con un nombre semejante, y acostumbrados como nos tienen los griegos a ofrecernos los monstruos más escalofriantes del imaginario universal desde cancerberos, hydras, cíclopes, arpías, grifos, medusas y basiliscos hasta minotauros, la Tyrannide debía ser pues cuanto más monstruosa que todos aquellos juntos, suerte de mezcla de las multiplicadas cabezas de los unos, de las malformaciones fantásticas en los cuerpos semi-humanos de los otros y de las contranaturales yuxtaposiciones animales de los últimos…
Dícese que la terrible Tyrannide (epíteto usual en los salmos de exorcismos para calificar al demonio), fue no obstante derrotada por dos hombres, los valientes jóvenes demócratas Harmodio y Aristógiton en el siglo cuarto antes de Cristo, quienes pagaron por este asesinato con su propia vida. Un grupo escultórico en bronce fue erigido para la honra eterna de los tiranicidas en el año 510 a.C en el ágora de Atenas.
En la escultura —hecha por Critias— se les representaba a ambos dando muerte, sin embargo, no a un mitológico dragón de cincuenta cabezas ni a un escorpión cornudo con patas de araña, sino a otro hombre: el que moría era Hiparlo, hijo de Pisístrato, uno de los treinta y tres tiranos que mantenían sometida a la ciudad, dominándola en contra de la voluntad de sus ciudadanos, es decir, sin autoridad “legítima”. Todo esto ocurrió alrededor del año 403, año paradigmático para Atenas, la más importante de las ciudades de la Hélade. Entonces, en una lucha histórica, los demócratas vencieron a los tiranos, echándolos de las puertas de la polis.
En la etimología de Tyrannide y de tirano (turannos en griego), se encuentra la explicación: “el que está fuera de las puertas" (de la ciudad). A la Tyrannide, enemiga proverbial de la polis, voz que a su vez representa la paz, la justicia, el matrimonio y el bienestar, había que mantenerla fuera de las murallas, en el monte, lejos... En la suburbia. Porque cada vez que lograba entrar en la urbe, desataba en ella ese mal más abominado que ninguno por los ciudadanos: la sangrienta stasis, es decir, la guerra civil, la lucha fratricida, donde los hombres y las mujeres destruyen irracionalmente lo que es caro e importante para todos.
Los jóvenes tiranicidas, el día de la procesión de las Panatenaicas, la marcha a la Acrópolis, con su crimen precipitaron el hecho por el que se recuerda aún más ese año de 403 a.C: reinstaurada la democracia, nació en las calles atenienses la necesidad imperiosa de exorcizar para siempre todo acto de violencia. Es entonces cuando se inventa otra palabra más, amnistía, que viene, como amnesia, de mnemosyne, memoria, y que significa olvido. Así, los ciudadanos pudieron reunirse de nuevo como hermanos en la ciudad reconquistada, reinstalando prontamente la polis. De allí que el más magnífico significado que tiene la vida en ciudad, la vida política, la vida urbana, es la de ser el lugar por excelencia para el encuentro pacífico y productivo de los hombres.
En la cima de la Acrópolis, traspasadas sus puertas y ganado el sitio de la estatua monumental de Atenea, a mano izquierda se eleva el hermoso templo del Erecteion. Recuerda Plutarco en sus Charlas de sobremesa, que “en el Erecteion existía también un altar elevado al ´Olvido´(Léthé)”. Los historiadores mucho se han preguntado de la razón de ser de este altar, al cual se dice bastaba llevar una irreconciliable querella, un enconado odio, una sed de venganza para que fuera trocada inmediatamente en olvido. Las puertas de este altar estaban custodiadas por las Erinias, deidades violentas, cuya misión es la venganza del crimen, en especial de los cometidos contra la familia. Representan a la cólera humana, sus largas cabelleras al viento en señal de desatada e incontenible furia. Para saciarlas no se les sacrificaba vino, sino sangre, en especial si había sido escanciada en las calles de la ciudad… Que guardasen aquel altar simboliza la necesidad eterna de la polis de protegerse contra las fuerzas anárquicas.
Dícese que la terrible Tyrannide (epíteto usual en los salmos de exorcismos para calificar al demonio), fue no obstante derrotada por dos hombres, los valientes jóvenes demócratas Harmodio y Aristógiton en el siglo cuarto antes de Cristo, quienes pagaron por este asesinato con su propia vida. Un grupo escultórico en bronce fue erigido para la honra eterna de los tiranicidas en el año 510 a.C en el ágora de Atenas.
En la escultura —hecha por Critias— se les representaba a ambos dando muerte, sin embargo, no a un mitológico dragón de cincuenta cabezas ni a un escorpión cornudo con patas de araña, sino a otro hombre: el que moría era Hiparlo, hijo de Pisístrato, uno de los treinta y tres tiranos que mantenían sometida a la ciudad, dominándola en contra de la voluntad de sus ciudadanos, es decir, sin autoridad “legítima”. Todo esto ocurrió alrededor del año 403, año paradigmático para Atenas, la más importante de las ciudades de la Hélade. Entonces, en una lucha histórica, los demócratas vencieron a los tiranos, echándolos de las puertas de la polis.
En la etimología de Tyrannide y de tirano (turannos en griego), se encuentra la explicación: “el que está fuera de las puertas" (de la ciudad). A la Tyrannide, enemiga proverbial de la polis, voz que a su vez representa la paz, la justicia, el matrimonio y el bienestar, había que mantenerla fuera de las murallas, en el monte, lejos... En la suburbia. Porque cada vez que lograba entrar en la urbe, desataba en ella ese mal más abominado que ninguno por los ciudadanos: la sangrienta stasis, es decir, la guerra civil, la lucha fratricida, donde los hombres y las mujeres destruyen irracionalmente lo que es caro e importante para todos.
Los jóvenes tiranicidas, el día de la procesión de las Panatenaicas, la marcha a la Acrópolis, con su crimen precipitaron el hecho por el que se recuerda aún más ese año de 403 a.C: reinstaurada la democracia, nació en las calles atenienses la necesidad imperiosa de exorcizar para siempre todo acto de violencia. Es entonces cuando se inventa otra palabra más, amnistía, que viene, como amnesia, de mnemosyne, memoria, y que significa olvido. Así, los ciudadanos pudieron reunirse de nuevo como hermanos en la ciudad reconquistada, reinstalando prontamente la polis. De allí que el más magnífico significado que tiene la vida en ciudad, la vida política, la vida urbana, es la de ser el lugar por excelencia para el encuentro pacífico y productivo de los hombres.
En la cima de la Acrópolis, traspasadas sus puertas y ganado el sitio de la estatua monumental de Atenea, a mano izquierda se eleva el hermoso templo del Erecteion. Recuerda Plutarco en sus Charlas de sobremesa, que “en el Erecteion existía también un altar elevado al ´Olvido´(Léthé)”. Los historiadores mucho se han preguntado de la razón de ser de este altar, al cual se dice bastaba llevar una irreconciliable querella, un enconado odio, una sed de venganza para que fuera trocada inmediatamente en olvido. Las puertas de este altar estaban custodiadas por las Erinias, deidades violentas, cuya misión es la venganza del crimen, en especial de los cometidos contra la familia. Representan a la cólera humana, sus largas cabelleras al viento en señal de desatada e incontenible furia. Para saciarlas no se les sacrificaba vino, sino sangre, en especial si había sido escanciada en las calles de la ciudad… Que guardasen aquel altar simboliza la necesidad eterna de la polis de protegerse contra las fuerzas anárquicas.
Los atenienses, ávidos de tiempos de productiva paz para la ciudad, llevaban allí la ofrenda terrible de todas sus afrentas. Haciéndolo, conmemoraban cada vez el mito fundacional de Atenas, cuando Atenea y Poseidón se disputaron la tutela de la ciudad y, saliendo vencedora la diosa, Poseidón reconoció inmediatamente su derrota, “manteniéndose tranquilo y sin cólera en su fracaso”, por lo que sería alabado eternamente como el más “político” de todos los dioses. Cada vez que se cernía sobre la ciudad la amenaza de la innombrable Tyrannide, los ciudadanos se llegaban hasta el Erecteion para ofrecer en sacrificio ante el Altar del Olvido sus ansias por la erradicación del suburbano fantasma del monstruo… Y los dioses comparecían.
Mas el mágico efecto no era inmediato: sólo se hacía efectivo cuando los oficiantes completaban el ritual haciendo uso del voto, bello sinónimo de "invocación", y prometían respetar pacíficamente la voluntad de la mayoría, cosas que son, como todos sabemos, otras clásicas invenciones de los antiguos griegos.
El Erecteion desde el sudoeste (f. Wikipedia). Mas el mágico efecto no era inmediato: sólo se hacía efectivo cuando los oficiantes completaban el ritual haciendo uso del voto, bello sinónimo de "invocación", y prometían respetar pacíficamente la voluntad de la mayoría, cosas que son, como todos sabemos, otras clásicas invenciones de los antiguos griegos.
Publicado en: Opinión, EL NACIONAL, Caracas, Octubre de 2003.
Muchas Gracias por educarme, saludos desde Santiago, R.D.
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