domingo, 26 de agosto de 2007

Flores al Galipán

"El Galipán en la Miranda" (Postal, Costa Salas - Archivo Fundación de la Memoria Urbana, 1950s).




Sentada a la mesa de un bar de la Avenida Francisco de Miranda, disfruto a través de la vidriera de una de las mejores vistas urbanas de Caracas. El edificio Galipán, justo enfrente, luce espléndido, gran trasatlántico de los cincuenta. El vidrio de la fachada donde estoy le ha desdibujado el escombroso abandono y le confiere ciertos brillos empañados. Asimismo, las masas estridentes de sus dos monstruosos vecinos, confundidas en el reflejo de la vidriera, desaparecen un tanto y casi me molestan menos. Disfruto inmensamente de la vista, y de mi Gin & Tonic.

Imagino cómo era aquel lugar en 1952, cuando se inauguró el edificio. La avenida como dijéramos una vez en un libro del Instituto de Arquitectura Urbana, luciría “nueva y flamante”, prácticamente construida para el uso exclusivo de la “gigantesca megaestructura en medio de grandes lotes baldíos de terreno”.1 El edificio se asienta majestuosamente a su orilla como un “mundo urbano en sí mismo, como un pedazo aislado de ciudad”. En aquel entonces lo habíamos escogido entre los diez mejores edificios de vivienda multifamiliar de los años cincuenta y le redibujamos cariñosamente sus plantas, sus secciones y sus alzados, cuidando mucho en delinear bien cada antepecho, cada baranda, cada alero (que tánta familiaridad tienen con los de su notable pariente, el Hotel Tamanaco, otra espléndida obra del arquitecto Gustavo Guinand van der Walle), a fin de salvarlos para la posteridad, erigiéndolo con nuestro devoto esfuerzo en un sitial de honor: una de las operaciones de mayor confianza urbana de la época.

Arriba en el último piso, un amplio restaurante coronaría la corpulenta fábrica a lo largo de una terraza sobre la curvatura central del volumen, rutilante de luces festivas y repleta de gente, y desde cada uno de los dos penthouses en las cinco puntas del edificio, los inquilinos, todos gente muy chic que se daban codazos para conseguir aquí apartamentos para rentar, abrían sus elegantemente decorados balcones a la vista de la nueva Caracas. Eran las primeras terrazas escalonadas de la ciudad y habían sido modeladas según los hermosos y sofisticados balcones urbanos en los rooftops de Nueva York.

Los tres triángulos estrellados de los tres edificios unidos que es el Galipán hacen una planta residencial formalmente agraciada, que resulta bien difícil de cambiar de uso. Más en los tiempos actuales, aunque aún viva allí mucha de la gente inicial, el edificio es prácticamente de oficinas. Sincerar el cambio de uso sin destruir el edificio es un reto para quien quiera remozarlo en el futuro. El respeto, además para la arquitectura del autor del Easo y del Tamanaco, quien ya ha visto desaparecer un edificio suyo (el Cine Lido) en las inmediaciones, es un deber moral que tendrá que ser tomado en cuenta. Y no hay nada menos “guinandiano” que los vidrios-espejo de colores galácticos.

Imagino también la Librería del Este en la planta baja, que empezaba a elaborar su larga trayectoria librera de calidad, y por el oeste la Galería Adler-Castillo, que quizás más tarde, haría otro tanto con el arte. Veo esta arquitectura urbana, recién construida, cuyos lobbies son un muestrario de materiales de lujo graciosamente encastados, con la Sastrería Carlone (que aún sobrevive) y la casa Christian Dior, y una espléndida exhibición de automóviles BMW en el local central, convirtiéndose en el enclave del dandysmo caraqueño de los cincuenta.




Este hábil cuerpo transparente longitudinal, del cual su arquitecto está muy orgulloso (1997) y que recibe encima horizontalmente el nombre del edificio, elabora con otra serie de elementos una “oda al automóvil” de la que también hablábamos hace trece años. Armando un frente continuo a la avenida, se yuxtapone a las concavidades de los volúmenes del edificio. Aún podemos apreciar el grandioso rond-point y la calle interna que permite poder llegar en automóvil “hasta la puerta misma de las viviendas” y sentir los restos del señorío y el lujo perdidos de una época de bonanza y gentilicio.

Indiscutiblemente, desde donde estoy, una mesa del bar La Mostaza en la planta baja de la Torre Europa, cruzando la avenida, el panorama, majestuosamente dominado por la presencia urbana del Galipán, es añejadamente bueno, de ya casi medio siglo, y la fuerza de la arquitectura del edificio, aunque envilecida por el deterioro y los cambios forzados de uso, es más fuerte que la erosión. Aún como bella ruina le gana a todo lo que tiene alrededor. ¿Por qué haberlo dejado deteriorar tánto? ¿Por qué no remozarlo de nuevo y restituirle la calidad de antaño?

En la revista semanal New York aparece la influyente sección de crítica turística y gastronómica de Gael Greene. Este personaje tiene la peculiaridad (común a la mayoría de los críticos) de practicar el anonimato. Se rumorea que es una mujer madura, que anda muchas veces tocada de extravagantes sombreros, la mayoría de las veces con gafas oscuras, cuyo rostro nadie sabe describir muy bien, unos porque se atemorizan demasiado al reconocerla, otros porque de tan significativo como es, ponen los pies en polvorosa para mejorar el servicio, no vaya a ser que ella ventile sus errores a los cuatro vientos. Gael desayuna, almuerza, merienda, cena, barea y juega todos los días de su vida sin descanso. Sabe dónde está todo lo que se trama y todo lo nuevo, todo lo que llegó esa mañana a puerto y todo lo que se pudre en las neveras, todo lo que persiste con sabiduría a través de las generaciones y todo lo que cambia irremisiblemente para perderse por siempre. Genio del genius loci restaurateur, Gael todo lo dice y todo lo señala, y es amada y temida por ello. En una ciudad como la nuestra, donde hasta los chefs matan por una receta de cocina, su vida sin duda correría peligro, aunque no creo que sea probable que ésto lo atemorise.

¿Qué haría Gael, en Nueva York, para proteger un manjar añejado como el Galipán? ¿Apresuraría a sus lectores a degustarlo como un plato fuerte del paladar de otros tiempos que pronto desaparecerá? ¿Criticaría los nuevos planes de los arquitectos y los promotores que lo rondan para ponerlos verdes? ¿Iniciaría una campaña de opinión? ¿O daría un voto de confianza, escribiendo una calmada nota en la que alabaría todas y cada una de las virtudes arquitectónicas y urbanas de tan preciada pieza de la ciudad, dándole crédito a su honorable creador y conminando a que cuando el edificio vuelva a ser metido al horno, se le trate con cariño y respeto...? 


Mucho cuidado, amigos míos, con este manjar urbano. Estamos vigilantes.


La "crítico insaciable", Gael Greene.




NOTAS
1. "Edificio Galipán", La vivienda multifamiliar: Caracas 1940-1970, Instituto de Arquitectura Urbana, Caracas, 1983.



Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, 23 de Junio de 1997.


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