domingo, 19 de agosto de 2007

La Biblia Negra

"El sueño de la razón produce monstruos". Grabado de Francisco de Goya (1799).


 

Para infortunio de nuestras ciudades, existe en el Olimpo de la planificación urbana un libro maldito. Es el que conforman la “Ordenanza de Arquitectura, Urbanismo y Construcciones en General” y las “Ordenanzas de Zonificación”, cuyo conjunto es mejor conocido como la Biblia Negra. Como una Caja de Pandora y fiel a la leyenda, este libro, desglosado en cómodas Gacetas Municipales de venta en cada ventorrillo local, contiene todos los males de la urbanidad, a saber: zonificaciones, retiros, porcentajes de ubicación y de construcción, usos, regalías y tolerancias; furias que se liberan cabalgantes como fuerzas destructoras al solo levantar su tapa, que se lanzan sobre todas las ciudades del país a su sola invocación, cerniéndose sobre la fábrica urbana, atormentándola, doblegándola, enfermándola, desvirtuándola... para acabarla.

Como buen misal del urbanismo nacional, es consultada a diario. Este ritual lleva casi medio siglo en práctica, desde que en 1951 un equipo de planificadores, liderizados por Francis Violich, fueron contratados para transformar la estructuras legales de ordenamiento urbano existentes en un nuevo Plan Regulador para Caracas. Con mano firme, las nuevas ordenanzas expurgaron la cultura urbana que el país tenía, con el éxito que hoy podemos apreciar.

En el mejor de los espíritus y las intenciones, se aplicaron los modernos preceptos urbanos del momento: se abandonó la ciudad multifuncional, rica en intercambios, para aplicar la estéril separación de las funciones (o Zoning); se cambiaron los valores históricos de la práctica urbana por los valores del aprovechamiento del suelo (transformando la ciudad en un objeto fútil de consumo); se abandonó la tradicional sabiduría de la ciudad, a saber, la de las calles, las plazas, las avenidas, las cuadras, los jardines, los edificios, los barrios, para pasar a experimentar aritméticamente con los volúmenes construibles de las parcelas aisladas (un sistema de ordenación simplista y reduccionista que de entrada olvida el espacio público); se destruyó la calle, con los retiros de frente; se banalizó el lenguaje urbano, al ensimismar los edificios aislados en sus retiros laterales; se deconstruyó la ciudad hasta hacerla perder todos sus significados, desmembrándola analíticamente en sus partes; se la hizo esclava de la movilidad automotriz; se destruyó su cohesión social y física; se minó el campo que la rodeaba, haciéndolo insulsa periferia; se traicionó su memoria, acabando con sus perspectivas de permanencia material, a expensas del eterno cambio y del mercado inmisericorde.

Cada mañana, la ciudad fue presa fácil de un verdugo de mil caras, quien, sin parar un segundo por cuarenta años, en todas las oficinas y escuelas de arquitectura, ministerios y oficinas de planificación, consulta devotamente su misal para poder actuar.

La Biblia Negra, sin embargo, como todo peligroso receptáculo, tiene esa doble condición de que así como pudo traer el infortunio, también puede acarrear la dicha. Un manojo de ordenanzas pueden dar inmenso poder, según sea recto o perverso el deseo de los hombres. La exaltación imaginativa, con todas las riquezas de nuestros deseos, viéndose en el poder ilusorio de realizarlos, puede potenciar la fuerza de su contenido hermético hasta lo inimaginable.

En el fondo mismo de esas negras páginas subyace la clave que puede revertir el proceso de destrucción de nuestras ciudades. Basta recordar las bondades de esa otra ordenanza, previa a la actual, de la que el arquitecto Rafael Seijas Cook decía en 1925 que había llevado a Caracas "del París Pequeño" al "Nueva York Junior": la "Ordenanza de Policía Urbana y Rural" de la Gobernación del Distrito Federal, de 1926 (Boletín del Colegio de Ingenieros de Venezuela, Junio de 1927, No. 38, pp.214-219).1 En ésta se establecían nuevos controles municipales de la ciudad, como la determinación máxima de la altura de las edificaciones de acuerdo al ancho de las vías, o el ochavado de las esquinas, pero con la simple diferencia de que todas sus reglas estaban sólidamente arraigadas en la cultura urbana. De allí no podía salir sino esa arquitectura urbana de los 30 y 40 que acrecentó dignamente la escala del centro.

¿Cuándo empezaremos a distinguir estos matices en nuestra historia urbana?¿Cuándo reconoceremos que nos equivocamos? ¿Cuándo acabará tánta falsa inocencia, tánta traviesa irresponsabilidad y sobre todo tánta sordera a toda experiencia (la Declaración de Bruselas para la Reconstrucción de la Ciudad o el Instituto de Arquitectura Urbana, por ejemplo, ya son viejos de casi dos décadas), para ponernos al día con la evolución del urbanismo? 


¿Cuándo, finalmente, nos decidiremos a quemar la nigromante Ordenanza de una vez por todas, si posible en monumental pira pública en la Plaza Bolívar, para echar mano del último recurso que le queda a nuestras ciudades, es decir, una Nueva Ordenanza?


Quema de libros en la Antiguedad.





NOTAS:
1. "Ordenanza de Policía Urbana y Rural", Boletín del Colegio de Ingenieros de Venezuela, No. 38. Gobernación del Distrito Federal, Junio de 1927, pp.214-219.



Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 29 de Julio de 1996.

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