sábado, 3 de marzo de 2007

Un edificio, centro de una ciudad

Centro Simón Bolívar, Caracas. Cipriano J. Domínguez, 1952.



Hablando de momentos gloriosos de la arquitectura y la ciudad, la historia del Centro Simón Bolívar es quizás una de las más interesantes, más importantes y, también, de las más abiertamente desdeñadas por los caraqueños. Ningún edificio en el mundo, para decirlo de una vez claramente, ejerce como nuestras viejas torres el complejo rol doble de ser a la vez edificio singular y centro urbano de la capital de un país.

Piénsenlo por un momento: ¿qué proyecto de la Modernidad funciona desde hace medio siglo como centro de una ciudad? ¿Rockefeller Center en Nueva York? (precioso, sí, y muy multifuncional, Rainbow Room, Radio City Music Hall, pista de patinaje y todo, pero está colocado simplemente en su lote entre Quinta y Sexta Avenidas, y llegamos a darnos cuenta de que existe sólo cuando estamos cerca); ¿Brasilia, la Plaza de los Tres Poderes? (un desierto contemplativo para nostálgicos pespectivistas cariocas); ¿La Défense en París? (nadie cree ya que el corazón urbano de Francia podrá cambiar jamás el nodo de la Place de La Concorde por ningún otro enclave en el mismo o cualquier otro eje urbano, por mucho amor a la vanguardia que puedan tener los franceses)…

Revisando las muchas capitales del mundo, un solo proyecto resiste incólume el análisis. Como una adivinanza para niños, si elaboramos la pregunta: ¿qué edificio es torre, es plaza, es terminal de autobuses, es centro empresarial, es centro comercial, es distribuidor vial, es conector peatonal, es enlazador urbano y a la vez es símbolo de la ciudad? Ustedes tienen la respuesta.

Haciendo memoria de los centros urbanos más importantes, encontramos que cada ciudad individualmente detenta una relación centro/periferia, corazón de la ciudad/estructura urbana que es única. Esta relación se ha expresado históricamente de dos maneras: policéntricamente, en situaciones múltiples donde la grandiosidad y el carácter están repartidos por toda la ciudad, como en Roma, París, Nueva York o Washington; o centralizadamente, sumarizando en el corazón de la ciudad todas las demás peculiaridades urbanas hasta convertirse en emblemática de éstas, como ocurre con Siena y su Piazza del Campo, la misma Brasilia y Plaza de los Tres Poderes, Venecia y su Piazza San Marco o Milán y su extraodinario conjunto Duomo-Galería Vittorio Emanuel.

Un centro de ciudad es el lugar de la mayor actividad ciudadana, el sitio donde la ciudad se mira a sí misma y se retratan su historia y su importancia nacional, regional y mundial, el punto donde convergen todos los significados de la vida cívica. Por este rol protagónico, no es nada fácil concebir un proyecto que sea distinga formalmente con facilidad en la estructura urbana, y que al mismo tiempo tenga éxito funcionando como tal. Para nosotros, la Plaza Bolívar, con sus edificios e instituciones alrededor, sigue siendo el nominal centro de Caracas, como lo era a finales de los años treinta, cuando se decidió emprender la vigorosa epopeya de la elaboración y ejecución del Plan Maestro para la ciudad de Caracas. Pero la Plaza no se desdeña entonces por ineficaz desde el punto de vista urbano, aunque condensaba y resolvía todas las implicaciones del corazón de una ciudad: se abandona por pequeña. Por insuficiente para los heráldicos horizontes y el crecimiento que se vislumbraban para Caracas.

La decisión heroica de mudar y construir un nuevo corazón para la ciudad, ya presente en las primeras proposiciones del urbanista Maurice Rotival y destinada sin éxito al principio para la encrucijada de El Silencio, no era una decisión que se abandonó. Digamos que fue “rodándose” a lo largo del nuevo eje central que constituyó la Avenida Bolívar, hasta irse a anclar definitivamente en su segunda etapa, en la segunda manzana hacia el este. Valorizando siempre el eje urbano, el Centro Simón Bolívar redunda en gloria, si a ver vamos, primero que nada porque es, después del Conjunto El Silencio, el más importante ejemplo de un arquitectura siguiendo al pie de la letra un sabio, minucioso y seguro Plan Maestro de Diseño Urbano. Sus aspiraciones urbanas: su monumentalidad, su dualidad (las dos torres, el espacio dividido, los brazos gemelos), la parábola que describe en sentido oeste-este para hacer más tenue el salto desde la doméstica escala de los bloques de El Silencio hasta la altura nunca antes vista en la ciudad de los dos rascacielos de hierro, eran todas ideas preexistentes al proyecto de arquitectura. Esto, a diferencia de lo que se pueda pensar, no lo desmerece en absoluto. Todo lo contrario.

La segunda gran epopeya de esta historia es justamente cómo el arquitecto Cipriano Domínguez transforma las pautas establecidas en dicho Plan Maestro en un bello Proyecto de Arquitectura que esgrime valientemente todos los sueños de la modernidad arquitectónica de su tiempo. Y también sus propios sueños.





Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 24 de Julio de 1993; viejasfotosactuales.org







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