martes, 27 de marzo de 2007

¿Qué posición juega la arquitectura en el mundial ´94?

El teatro de Burbage, Inglaterra (1580), con su tablado saliente, y sus galerías circulares. Forzado a trabajar con estos escenarios, Shakespeare, ingenioso, invitaba al público a que apelara a su imaginación “…si hablamos de corceles, pensad estarlos viendo cuando el soberbio casco imprimen en el suelo”.


Los Estadios: Escenarios para el Fútbol.
“El soccer es el deporte del futuro en los Estados Unidos...y siempre lo será”,
sentencia el chiste de moda de esta copa en los Estados Unidos.
¿Son las renovaciones millonarias hechas al Soldier Field, al Foxboro Stadium, al Cotton Bowl,

al Pontiac Silverdome, al Citrus Bowl, al RFK Memorial Stadium, al Giants Stadium, 
al Standford Stadium y al Rose Bowl la exaltación del fútbol clásico, o su desprecio?

Todos hablaban del Mundial, llenos de expectativas. Hacían sus apuestas. Especulaban si los americanos -Show Bussiness Addicted, New Market Openers, Fashion Victims-, como los españoles, se irían por unas soluciones tipo Gregotti Associati en el Olímpico de Barcelona (1988), manteniendo las estructuras preexistentes de los estadios y salvando su imagen exterior (algunas neoclásicas, casi todas de los veinte y los treinta), conservando las fachadas, pero transformando el interior según lo dispusiera la FIFA.

O especulaban si se irían más bien por el lado monumental (“Make No Little Plans”), haciendo honor a las palabras del legendario arquitecto americano Daniel Burham, y la del fútbol USA ‘94 se hubiera convertido en la gran oportunidad americana de Aldo Rossi. El arquitecto, quien seguramente hubiera preferido seguir construyendo las ciudades, habría premiado a San Francisco, Los Angeles, Chicago, Detroit, Boston, New York, Orlando, Dallas y Washington con sendas construcciones monumentales tipo el estadio milanés de San Ciro, su gran favorito. Les habría proyectado grandiosos Pallazi dello Sport alla milanese, que reafirmarían la importancia de la Gran Escala en la arquitectura y en la renovación de ciudades. Los estadios de fútbol, que figuran entre los hitos y protagonistas urbanos de la filosofía rossiana, hubieran plantado su fuerte imagen arquetipal en los arrabales suburbanos de las ciudades anfitrionas de los juegos, con consecuencias seguramente positivas. Rossi quizás lo único que habría lamentado es que al no haber juego en Las Vegas, ésta se quedaría sin un nuevo coliseo. Todos se preguntaban entonces, ¿qué cualidades habrían nacido de un semejante revival grecorromano de anfiteatros poblando outskirts y parking lots en estas ciudades? Pero, más aún, todos se extrañaban: ¿por qué no se lanzaron los americanos por soluciones de este tipo, aunque no hubiera sido más que por ganarle a los españoles...?

Otros fanáticos (porque hay fanáticos deportivos para todo) no especulaban nada, sino que pedían a gritos la adaptación para el fútbol del (¡Oh!) Velódromo de Horta. Muy inescrupulosos llegaron hasta a escribirle cartas a la FIFA sugiriendo que les compraran en dólares a Bonell & Rius sus derechos de autor para repetir en cada sede su estadio. Alegaban que la copia no importa, cuando la dicha es buena... tánto les gusta la singularidad de la cornisa circular continua de la hermosa arena catalana.

Por otra parte, los americanos -todos pensaban-, tendrían que aceptar el reto de superar la aventura constructiva de las Olimpíadas (de las Olimpíadas del ‘92,
se entiende, y estrictamente en diseño, porque a las de invierno pasadas nadie podrá ganarles en Entertainment por lo de Nancy Kerrigan). Qué otra cosa cabía esperar, si ellos mismos son quienes han acostumbrado al mundo a lo espectacular. En la antesala del Mundial había quienes exclamaban y hasta exigían: “Come on: amuse me!” , soñando, anhelando lo que vendría.

Pero, ¿podrían realmente superar los americanos lo logrado en Montjuic? Unos pontificaban que como a Moneo y Saenz de Oíza, después de las faltas de respeto en el Anillo Olímpico, ya nadie los podría reunir para ningún otro plan deportivo, había muy pocas esperanzas de que se quisiera repetir la experiencia en América. Otros ya daban por sentado que
en los preparativos de la Copa no habría Master Plans y que lo máximo a lo que llegarían los americanos sería a completar un proyecto existente de embellecimiento de los alrededores del Florida Citrus Bowl, limitado a la plantación de árboles y a trabajos en los jardines, y a la confección de una pseudo “villa” mediática en el Fair Park de Dallas, junto al Cotton Bowl.

Este punto de la discusión fue fascinante. El tema mantuvo la polémica de la fanaticada ocupada durante mucho tiempo. La “Villa Mediática” en Dallas sí era algo seguro. En efecto, el Cotton Bowl será la sede del Centro de Transmisión Internacional (IBC) durante este Mundial. El IBC estará operando veinticuatro horas al día para más de ciento cincuenta cadenas de TV que trasmitirán a treinta y dos mil millones de personas en ciento ochenta países. Por ello, el parque de Dallas se convertirá en una especie de ciudadela de la información que hospedará y servirá a más de tres mil quinientos reporteros, periodistas, técnicos, además de personal de la FIFA y árbitros.

Esto no es más que una demostración de la astronómica importancia que la difusión audiovisual del deporte ha alcanzado hoy en día. Ya casi que la arquitectura de los estadios no importa. Si el registro y la difusión de los juegos está garantizada, ¿qué más da la configuración del estadio? Quedaron atrás los tiempos en que los estadios eran “máquinas para ver”, demostraciones físicas de la democracia olímpica y del principio de la “isóptica”, es decir, de ese principio del diseño y trazado de las graderías que procura la visión igualitaria y completa del espectáculo. Las pantallas electrónicas, permitiendo ver los re-plays en el propio estadio, disminuye cada vez más la importancia del edificio. El campo de juego ya no es solamente un e
scenario, es un estudio de filmación.

Finalmente, habia también quienes estaban inconformes. Eran los verdaderos aficionados de la arquitectura y del fútbol). Merodeando desde hace días las cercanías de las pantallas de televisión, aseguraban que no, que la arquitectura no jugaría nada en este mundial, y para explicarlo, repetían el chiste que más rondaba en América: “El fútbol clásico es el deporte del futuro en los Estados Unidos… y siempre lo será”. Nunca podrá con el béisbol y con el fútbol americano. Como escribió Hernández de León en “El Espacio de
la Excepción” (A&V #33), “el espectáculo que se representa en el escenario de los espacios deportivos es la clave de su naturaleza”. Así que no hay nada que hacer cuando este espectáculo tiene poca importancia (en este caso, para los americanos). Y como en realidad la copa no es una verdadera olimpíada, no puede aplicársele la tradición olímpica de la nación anfitriona llamando a sus mejores diseñadores para construir un estadio permanente como gesto conmemorativo.

Porque desde aquella célebre jornada de 1823, cuando William W
ebb Ellis, durante un partido de fútbol tradicional, montó en cólera y salió corriendo con la pelota bajo el brazo... todos lo dejaron hacer y nadie dijo nada, sino que inventaron el rugby, ya entonces se empezaba a fraguar lo que está ocurriendo en este Mundial. Porque un hijo colateral del rugby es el fútbol americano. El “soccer”, aún a pesar de la creciente población fanática que lo demanda en los Estados Unidos, estará allá siempre después del fútbol americano. Deporte de segunda fila. Y soluciones arquitectónicas de segunda fila, “No Big Plans”, son las que se han tomado en esta Copa. Como los entarimados de madera separados del suelo original, hechos para ampliar las medidas del campo de fútbol americano hasta alcanzar las estipuladas por la FIFA de 105 por 66 metros, convierten los campos en tablaos improbables con drenajes semejantes a los de las salas de computación.

Todos andaban comentando comentando en los corrillos futbolisticos éstos y otros acontecimientos. Y recordaban, sin preocuparse demasiado el que se les notara, la experiencia inolvidable que tuvieron una vez en el Estadio de Munich, bajo las mallas translúcidas de Frei Otto, o en el Santiago Bernabeu (cerquita del Real Madrid), o en el Camp Nou, de Barcelona, o aquí mismo, en el Olímpico de la Ciudad Universitaria. Y cuando el viernes 17 dejaron de hacer tanta crítica arquitectónica para empezar a disfrutar del desarrollo de los juegos, el fondo nostálgico por aquellos estadios hechos para el fútbol clásico, les evitó seguirse fijando en las chapuzas arquitectónicas de esta Copa. Eso sí: todos prometieron rezar porque Maradona no traspasara con una patada los campos artificiales.


Velódromo de Horta. Barcelona, España (f. Daniela Pellice, 2009. Flickr.com).



Publicado en: Arquitectura, El Diario de Caracas, Caracas, 1994.

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